Tras la saga de crímenes y balaceras en Rosario, renunció el ministro Rimoldi
Había asumido en agosto del año pasado en reemplazo de Jorge Lagna. El gobernador le había encomendado "hablar menos y trabajar más", pero en seis meses de gestión, la violencia urbana no bajó. La gota que rebalsó el vaso fueron el crimen del músico frente al Coloso, más los posteriores balazos a comisarías y dependencias municipales. Lo reemplazará el comandante retirado de Gendarmería Claudio Brilloni, actual secretario de Seguridad Pública de Santa Fe.
Una madrugada de agosto del año pasado, Rosario amaneció con pintadas que cubrían la ciudad. “Plomo y humo, el negocio de matar”, decían las leyendas hechas en aerosol que cubrían el frente de la Municipalidad, la Sede de Gobernación provincial y otros sitios emblemáticos. Pocas horas después, Perotti le pedía la renuncia a Jorge Lagna, que hasta allí había superado varios rumores de salida del cargo. En su lugar, llegaba Rubén Rimoldi. Policía retirado, de la “vieja escuela”, que asumía con la indicación de la Casa Gris de "trabajar más y hablar menos", para diferenciarse de su antecesor.
Ya para entonces, la cantidad de homicidios en Rosario era récord para un mismo año y en lo que siguió hasta el fin de 2022 las cifras no mejoraron. La Argentina se coronó en Qatar casi a fines de diciembre y eso quizás le ayudó a Rimoldi a sobrellevar lo que hubieran sido más tapas de diarios y portales hablando de los crímenes en la ciudad. Pero de hecho, no está de más recordar que el intendente y el gobernador prefirieron no organizar ningún acto masivo para recibir a los campeones del mundo, pese a tener a Messi y Di María como estrellas de la Scaloneta. “¿Por qué no se hizo nada?”, preguntaban los cronistas en esos dias. “No estamos seguros de poder hacer algo sin que termine mal”, respondían en off los funcionarios provinciales y municipales.
Empezó el año y la curva violenta no mejoró. En lo que va de 2023, inclusive con un cambio de Jefe de Policía para la URII, hubo 33 homicidios. También continuaron las balaceras y extorsiones, a comercios y domicilios. En medio de una evidente crisis de seguridad, Perotti mantuvo su estrategia de no hablar públicamente del tema, para dedicarse a anunciar obras de infraestructura. A su ministro, en seis meses, no se le conoció la voz. Javkin elige sí hablar de las muertes y ataques a balazos al objetivo que sea, echando la culpa de todo lo que pasa a que “a Rosario la abandonaron”.
Desde Nación, mientras tanto, orejean lo que pasa en la ciudad como quien mira una pelea en casa de los vecinos: el gobernador nunca fue tropa propia del todo, más allá de las fotos compartidas durante la pandemia, el intendente es de otro color político y ya se saca fotos con Carolina Losada, jugando en el Frente de Frentes. “Que al costo lo paguen ellos”, pensarán en Buenos Aires. El último paso de comedia lo protagonizó Aníbal Fernández, que estuvo en la zona noroeste de Rosario para inaugurar el campamento de Gendarmería. Ese día se peleó con los periodistas que le preguntaban por la demora en enviar efectivos federales, culpó a Rimoldi por la mala gestión de la policía y retó el intendente porque dijo que “no lo llama nunca” para decirle qué pasa en la ciudad. Desde Juntos por el Cambio, mientras tanto, se relamen con cada zócalo de un canal porteño que muestra a la Rosario como la “capital narco”.
Entre tanto ruido político, más de un millón de personas viven con el miedo cotidiano a ser asaltados, baleados o amenazados a dejar su casa. En los barrios, los vecinos cuentan cada mañana a los móviles periodísticos cómo es sentir de cerca una balacera. “A las seis de la tarde ya a la calle no sale nadie, nos quedamos adentro por si empiezan los tiros”, es la frase que repiten en Tablada, Empalme Graneros, Ludueña, Vía Honda, San Francisquito, Nuevo Alberdi y otros rincones de la ciudad. En el centro rosarino, en la parte coqueta de una ciudad que alguna vez soñó con ser la “Barcelona Argentina”, no hay crímenes pero sí robos. Celulares o mochilas llevadas al arrebato, o picaportes y hasta tapas de medidores.
Todo pasa ante una pasividad de la policía que es pasmosa. Esta semana, por ejemplo, balearon en bicicleta una Comisaría en zona oeste. Y hace diez días -como si todo lo narrado no fuera suficiente- mataron a un pibe, músico y malabarista, en la puerta de la cancha de Newell's. Los fiscales Luis Schiappa Pietra y Matías Edery, los mismos que llevaron a juicio a los líderes a Los Monos y Esteban Alvarado, están a cargo de la investigación de este caso, el de Lorenzo “Jimi” Altamirano. Y temen que este caso pueda ser una bisagra: una víctima elegida al azar, que no tenía nada que ver con bandas narco, ni con la interna de la barra leprosa, al que podrían haber secuestrado y ejecutado para dejar un mensaje mafioso.
Este martes en la Legislatura provincial, a pocos días de consumado el crimen de Jimi y en medio de una conmoción social por su muerte, los periodistas consultaron a Rubén Rimoldi, por el tema. El funcionario todavía a cargo de Seguridad que en seis meses no tuvo diálogo con los medios, se vio obligado a responder porque lo abordaron de sorpresa. Y dijo: “Es una lástima, pero ya hubo allanamientos y un detenido por el caso”. Minutos después, el fiscal Schiappa Pietra desmentía el dato. Un ministro que no logró resultados y que ni siquiera tenía los niveles mínimos de información para un caso tan relevante.
Un papelón. ¿El último? No, al día siguiente habría más. Acosado por la urgencia de dar respuesta ante una nueva balacera en Rosario, en este caso al Centro de Salud del Distrito Sudoeste en el cual debía iniciarse este miércoles la vacunación bivalente contra el Covid, Rimoldi volvió a cruzarse con periodistas, en la Sede de Gobernación provincial. “Mi gestión es exitosa, los indicadores son positivos, hay una clara tendencia al desarme”, repitió como un mantra ante las preguntas de la prensa, que trasladaban el malestar ciudadano por la falta de seguridad en cada rincón de la ciudad.
Finalmente, cuando le tocó hablar sobre la muerte del músico Lorenzo Altamirano, dijo que habían malinterpretado sus dichos sobre una detención el día anterior y acto seguido cometió el último bleff: “El caso se parece a lo que vimos hace tiempo en Colombia”, soltó. “¿Está comparando a Rosario con Colombia, ministro?”, retrucaron los periodistas. “No. Quise decir que la metodología aplicada es la misma, pero acá nosotros estamos muy bien”, se defendió después. A esa altura, ya quedaba claro por qué el gobernador le había pedido que hable menos cuando lo había nombrado en el cargo.