Borracheras
El castigo al bolsillo y las provocaciones verbales siguen pegando abajo todos los santos días. Los tarifazos que ya llegaron, los que vendrán y el mal chiste de la embriaguez populista. Éramos pocos y aterrizó Arnold Sturzenegger. La tolerancia social, al límite.
La tragedia de la economía se pasea campante a diario por millones de hogares argentinos, cuyos sufridos integrantes se aferran a la esperanza de que finalmente la inflación sea derrotada y, con esa victoria entre manos, el gobierno del profeta libertario conduzca al país a la recuperación definitiva. Esa expectativa popular, tan irracional como lógica (aunque parezca un contrasentido), se basa en deseos bien sencillitos: comer cuatro veces al día, tener un trabajo que alcance para llegar a fin de mes, mandar a los chicos a la escuela, darse un gusto de tanto en tanto.
En este delicadísimo contexto, existe en las dirigencias oficialistas cierta tendencia a la irresponsabilidad verbal. De Javier Milei y su tropa, incluidos los energúmenos first class con domicilio fiscal en el exterior, no sorprende ni mucho menos. De hecho, forma parte estructural de su encuadre político, que hasta ahora resultó exitoso, para qué negarlo. El problema es que cuando se atraviesa el límite de la tolerancia social, puede tener un efecto estrictamente inverso, cuyas consecuencias son imprevisibles. Cuidado.
Sí llama algo la atención en el gobierno de Maximiliano Pullaro. Es cierto que su maquinaria discursiva nunca rehuyó a la tendencia de las adjetivaciones altisonantes. El caso del enfoque comunicacional de la política de seguridad es patente. Aún con el severísimo tropezón de las fotos Bukele, al que le siguió un baño de sangre en Rosario, se mantiene incólume.
Pero una cosa es cuando se habla de reprimir narcotraficantes y muy otra cuando se pretende justificar tarifazos colosales. En una recorrida por Reconquista, el presidente de la compañía estatal Aguas Santafesinas, Darío Boscarol, no tuvo mejor idea que declarar: “Se han vivido cuatro años de borrachera populista al que han llevado no sólo a la empresa sino a todo el régimen de distintas tarifas en el país, donde se creía que los servicios no había que pagarlos. Eso no solo fundió a las empresas, sino que generó una cultura donde la gente cree que no hay que pagar”.
¿De verdad? Seguramente los beodos lectores podrán avisarles a sus cuentas bancarias que en el cuatrienio precedente no gastaron un peso en luz, agua y gas. De esa manera encontrarán allí suculentos ahorros que les permitirán enfrentar con holgura la paliza cotidiana.
Ese palabrerío no solamente resulta ofensivo porque brota a la par del arribo de facturas dolorosas. Lo es también porque olvida que el bolsillo es uno solo para afrontar el conjunto de los costos hogareños, desde la leche y los fideos hasta las boletas de los servicios e impuestos.
Pero además, parte del particular concepto de tratar a las tarifas como si fueran compartimentos estancos de la política económica general. Pues no, no lo son. El precio de los servicios integra el programa global de gobierno, no sólo en materia de combate al déficit fiscal sino también en la construcción de alicientes para la producción y el empleo. Y para mejorarle la vida a la gente, que en definitiva debería ser la prioridad máxima, aunque suene romanticón.
Si hasta el mismísimo Toto de la Champions, el Messi de las finanzas, lo admitió en la infausta conferencia de prensa de hace 10 días. En aquella oportunidad, el ministro de Economía Luis Caputo, guardián del sacrosanto superávit financiero, reconoció que estaban pedaleando los tarifazos porque la economía popular está al límite.
Por si le faltaba algo al drama, éramos pocos y parió Milei. Federico Arnold Sturzenegger, quien compite por el cetro del Terminator argento con el presidente, desembarcó oficialmente como ministro de Desregulación y Transformación (y Destrucción) del Estado. Una oportunidad más y van, seguro ahora saldrá fenómeno. Siguiendo la figura de Boscarol, podría decirse que el economista ultra oriundo de Rufino ya es un consumo problemático para la Argentina.
Humilde sugerencia de este triste escriba para todos y todas: ojo con pasarse varios pueblos con el pico porque en alguna parada puede haber un borracho que te cante las cuarenta. Incorregibles como los populistas, al fin y al cabo: los ebrios siempre dicen la verdad.