Ésta sí que es Argentina
El Papa Francisco, un producto nacional. Sus reivindicaciones, con ADN argento. La relación con la política blanquiceleste, su cosmovisión peronista. El futuro, Dios dirá.
No por previsible, la muerte del Papa Francisco dejó de conmocionar al planeta entero, pero particularmente a estas feraces y feroces pampas del fin del mundo. La razón es obvia: el jefe de la Iglesia Católica, líder espiritual y político a escala global, era argentino. Que no parezca poco.
Pero el asunto va más allá aún. Bergoglio no sólo nació vivió setenta y pico de años en este país. No era un tipo aledañamente argentino. El ser nacional, si es que semejante cosa existe, se expresaba vivamente en cada palabra, cada gesto y cada movimiento que hacía el Papa.
Dicho por el mismo: “Me educó el pueblo argentino, con su riqueza y su contradicción. Estudié en la escuela pública de la calle Varela y me gradué como técnico químico en una secundaria pública. También cursé en la universidad pública antes de entrar al seminario. Toda mi educación se la debo a la escuela pública argentina”.
¿Qué más orgullosamente argentino que la educación pública y gratuita, aún con todas las abolladuras actuales? Una de las mejores tradiciones nacionales, expresada en una figura universal. Sonríe la celeste y blanca.
Otra argentinidad al palo: la bandera de la Justicia Social. No porque sea un invento de esta tierra ni mucho menos, pero sí se trata un valor que se incrustó definitivamente en el corazón del país desde mediados del siglo XX. Desde el nacimiento del peronismo, claro. La sociedad igualitaria y de ancha clase media, la anomalía latinoamericana, hoy más cascoteada que nunca, al punto de tener un presidente que considera esa virtud como una aberración. Ese sueño, aún maltrecho, sigue vivo, incluso en buena parte de los votantes de Javier Milei. La prédica francisquista estuvo inundada de esa cosmovisión.
La viveza criolla, por supuesto, y aunque a varios les haga fruncir el hocico, también atravesó el papado de Bergoglio. El colegio cardenalicio que en breve se zambullirá en alta rosca para elegir al nuevo jefe vaticano está integrado mayormente por electores designados por el argentino. Eso no garantiza que la línea de Francisco se mantenga, pero ayuda bastante. O, en todo caso, sugiere límites al sucesor. Puede fallar.
Por todos estos motivos, suenan a tontería las palabras del arzobispo de Buenos Aires, el francisquista Jorge García Cuerva, cuando explica que el Papa argentino nunca volvió a su país natal porque los argentinos “nos quedamos en la chiquita” mientras Bergoglio “dialogaba con el mundo”. Se refiere, claro, al tironeo de cabotaje por la figura del líder católico. ¿Pero acaso Juan Pablo II no se metió de manera explícita y decidida en la política de su país cuando respaldó al dirigente sindical Lech Walesa, quien luego llegaría a presidente de Polonia? Se podrá decir, con razón, que esa movida de Wojtila formaba parte de su estrategia global contra el comunismo, pero una cosa no quita la otra.
Para decirlo de otro modo: no es ningún secreto que el ideario francisquista es mucho más cercano a los postulados históricos del peronismo que al liberalismo del PRO, ni que hablar del anarcocapitalismo mileísta. Eso no es lineal, desde ya, ni impidió al Papa argentino tener variados vínculos con todo el arco político nacional. Pero negar la confluencia ideológica antes descripta es una pavada.
Como afirmó el propio Francisco, su vida también estuvo plagada de contradicciones, y eso es más argentino que juntarse con amigos a comer un asado, otra costumbre nacional en terapia intensiva. No se avanzará aquí en los manchones de Bergoglio, que los tuvo y en cantidad, al menos no hoy.
¿Habrá sembrado el Papa blanquiceleste en cantidad y calidad suficientes para que su mirada solidaria haya permeado no sólo en la Iglesia sino también en los pueblos del mundo? Quizás dentro de unos años, viendo en perspectiva su paso por la Santa Sede, se pueda tener una respuesta más nítida. Los caminos del Señor son insondables.