La ley Bases de la Revolución Liberal se encontró, tal vez imprevistamente, con un camino empinado a recorrer en el Senado de la Nación, a diferencia de lo ocurrido en la Cámara de Diputados, donde una amplia gama de opositores que no se oponen no sólo votó el proyecto con las dos manos sino que trabajó para juntar voluntades a favor.

El debate en comisiones, con el fiasco de la presentación del secretario de Energía Eduardo Rodríguez Chirillo, no hizo más que exponer el carácter lesivo de la iniciativa oficial. El funcionario, que se supone fue uno de los redactores del proyecto, admitió que no había leído un artículo clave del, digamos diplomáticamente, controvertido Régimen de Incentivo a las Grandes inversiones, para después opinar que ese texto “no es feliz”.

Nueva evidencia, por si hacía falta alguna más, de que la Ley Bases no sólo constituye la lisa y llana entrega a cambio de nada de los recursos naturales argentinos y la apertura al blanqueo de dinero narco, como bien advirtió días atrás la diputada de origen santafesino Julia Strada, sino que ni siquiera fue redactada por la plantilla gubernamental. Según publicó Marcelo Bonelli en Clarín, no el Instituto Patria, la letra estuvo a cargo del estudio Marval O’ Farrell, que asesora a empresas multinacionales.

Es eso, y no otra cosa, lo que votaron y ayudaron a aprobar los De Loredo, Lospenatto y Pichetto de la vida, entre otros capos de la modernidad nacional. El rionegrino, ídolo de los peronistas posta posta joya nunca taxi, otra vez se exhibe como amable colaborador de la destrucción nacional, bajo el chamuyo pretensioso de la gobernabilidad.

¿Desde cuándo triplicar el monotributo para doblarles la espalda a los pavotes como quien escribe estas líneas es sinónimo de país serio? ¿Por qué bajarle los impuestos a la mansión de Marcelo Tinelli en Punta del Este nos saca del camino de la decadencia? ¿Quién dijo que reducirle la carga de Bienes Personales a la casa de la odiada Cristina Fernández en Calafate nos lleva a convertirnos en una potencia mundial? A propósito: ¿no hay nadie que le diga a la ex presidenta que su sobreactuación capitalista con el bandereo de sus viajes de placer a New York, presuntos gustos de “clase media” (¿?), equivale a una patada en los testículos a sus sufridos votantes, masacrados por la economía de Javier Milei? No, no hay nadie.

En este contexto, la CGT concretó su segundo paro general, en esta ocasión con una rotunda contundencia. Serían graciosos, si no se estuviera viviendo este tiempo atroz, quienes consideran que la huelga favorece al León libertario porque queda frente a la casta sindical. De ser así, no se entienden los múltiples intentos de varios funcionarios de alto rango, incluido el mismísimo enfant terrible Santiago Caputo, de desactivar la medida de fuerza.

Se podrá decir cualquier cosa de los dirigentes sindicales, quizás en la mayoría de los casos con razón, pero sus añosas estructuras siguen siendo un escudo de defensa para los trabajadores. Lo mismo corre para los gremios del sector público en Santa Fe, que la semana pasada también libraron una durísima batalla.

Está claro que el gobierno de Maximiliano Pullaro pretende quebrar hacia adelante la dinámica de paros, en especial los docentes. De allí las medidas duras como los descuentos e incluso el neopresentismo, que son impopulares para los huelguistas pero no necesariamente para el conjunto de la sociedad santafesina.

¿O acaso por qué ganó Milei con el 64% de los votos, con picos del 77%, en todos los departamentos de la provincia? No es difícil imaginar que la mayor parte de los trabajadores estatales que fueron al paro la semana pasada se volcaron masivamente a las urnas para entronar al fenómeno barrial. ¿Qué pensaron que ocurriría cuando votaron a un señor que en campaña revoleaba una motosierra?

De hecho, según todas las encuestas, ese respaldo continúa relativamente firme. Esa disociación mental entre la combatividad por el salario propio y el apoyo a un programa gubernamental que lo hace añicos explica, en parte, la festividad de los ricos de acá y de afuera, que hoy tiran manteca al techo como acostumbrara hace un siglo Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué en los bares de París. En beneficio del célebre Macoco: no era tan berreta como sus herederos actuales y la comparsa que le hace de claque.