"Hago lo mejor que puedo con lo que me impusieron"
Por una mentira amparada en mucho desconocimiento, Blanca fue madre a los 16 y desde entonces lucha contra el estigma de serlo. Comparte su historia como ejemplo de todo lo que queda silenciado cuando la sociedad no se educa para hablar de sexo, sin tabúes, con y entre jóvenes y adolescentes.
"Es como estar presa pero peor: una obligación a la que todos ven como una libertad y de la que no te podés desligar", dice Blanca, de 30, sobre su condición de madre.
El embarazo la sorprendió a los 15, confundido entre recurrentes dolores menstruales que cada tanto aparecían para enrostrarle lo irregular de su período. Eran tiempos en que no conocía (siquiera) la utilidad de una pastilla anticonceptiva, y no llegó a entender cómo su pareja, un mayor de 21 años que juraba ser estéril y con el que mantenía relaciones desde hacía más de un año, logró fecundarla.
Así, por una mentira amparada en mucho desconocimiento, Blanca fue madre a los 16 y desde entonces lucha contra el estigma de serlo. "No hay un momento de mi maternidad que recuerde con alegría", señala sobre un sentimiento que tiene harto analizado y bien delimitado: "Mi rechazo a ser madre no la incluye a mi hija, una persona con sentimientos, que no tiene la culpa y de la que siempre me hice cargo".
Se pregunta en cambio sobre el rol de los padres, quienes disponen de todas las herramientas jurídicas para borrarse. "Deberían tener incluso más obligaciones que nosotras, porque somos las madres quienes sacrificamos el propio cuerpo", razona.
"En este momento de mi vida, me parece más importante el tiempo perdido que la plata tirada", redondea en restrospectiva sobre los avatares de una vida adulta demasiado repentina.
—¿Cómo te enteraste que estabas embarazada y cómo fue ese proceso?
—Al principio no caía. Me dí cuenta cuando me hice el test y me dio positivo, pero incluso no le dí mucha importancia. Me hice otro test y me volvió a dar positivo... pero bueno, yo era muy chica, tenía 15 años. Tampoco fuí consciente hasta que la tuve a mi hija, practicamente. No llegué a tomar la real dimensión de lo que me estaba pasando.
—¿Por qué?¿En qué cosas pensabas?
Qué sé yo... en cosas que eran típicas de mi edad. No era consciente ni pensaba en eso. Pero ojo, tampoco me mostraba y hasta dejé de ir al colegio. Pero en mi interior yo seguía con mi vida. No era consciente de todo lo que iba a venir.
—¿Con qué situación te encontraste cuando te enteraste?
Mi gran problema era cómo decirlo. Tenía 15 años, era recontra irregular en el ciclo menstrual y sufría muchos dolores. Entonces dejé que se lo diga el médico. Le pedí a mi madre que me acompañe al ginecólogo por los dolores, que en mi caso eran normales y por eso no se esperaba una "mala" noticia. Así fue como se enteró ella.
Luego me aislé, dejé de ir a la escuela. Siempre me ponía al día y todo, pero me daba mucha vergüenza ir embarazada, que me vean así. Tenía amigas que me pasaban las carpetas y me mantenían al día, por eso me tomaron la consideración de no contarme las faltas.
—¿Y el padre se enteró?¿Tenés contacto con él?
Sí. Pero él estudiaba en Santa Fe, no teníamos tanto contacto por entonces, y yo tampoco lo quería. Pero en el control ginecológico me imprimieron la ecografía, y cuando vino le escribí para verlo y decírselo en la cara. Me pasó a buscar y se la mostré.
—¿Qué dijo?
Lo primero que me dijo fue "abortá". Pero yo no lo tenía como una opción, porque me iba a poner en contra de mi familia. Hoy lo veo de otro modo, pero en ese entonces me era imposible. Los médicos tampoco me lo plantearon como posibilidad, pero esto puede ser porque yo siempre estuve acompañada por mi madre. Era mi guía y no veíamos al aborto como una opción.
De todos modos, él averiguó y hasta sacó un turno para hacérmelo. Yo me enojé, y cuando se convenció de que no iba a ceder, me pidió disculpas y se borró. Se volvió a Santa Fe y reapareció cuando yo estaba de 8 meses. Pasó a verme 10 minutos. Luego volvió a desaparecer. Pero siempre se le informó de las ecografías y de cómo iba el embarazo. Hasta se le ofreció aportar con el nombre. Él jamás quiso2.
Esa fue la última vez que me vio embarazada, desapareció y volvió a aparecer cuando mi hija tenía seis meses. Vino acompañado de su madre, con la intención de desligarse. Fue a decir que no era de él, pero cuando la vio no pudo decir más nada, si son iguales. Y bueno, ahí se intentó hacer cargo... durante un mes. Un tiempito y se borró.
—¿Bajo qué justificación?
Ninguna. Tampoco le pedí nada, porque tenía 15 años, pero ahora me doy cuenta de que mi vida iba a ser mucho más fácil si se hacía cargo. Hubiese podido estudiar, por ejemplo. Hubiese podido tener un poco de vida. Pero él no apareció hasta un año y medio o dos después, con renovadas intenciones de hacerse cargo, para luego volverse a borrar. Y si bien nunca estuvo presente, tanto él como su madre siempre fueron muy exigentes conmigo, me exigían muchas cosas.
Pero se borraron completamente hasta que les puse abogados. Ahí empezó toda una actitud despreciable. Pidió un ADN de mala manera (algo que de todos modos es obligatorio por ley), y desde hace tres años lo soporto molestándome. Aporta económicamente porque le corresponde, pero siempre siendo un estorbo. Por ejemplo, me recrimina que gasto la plata en mí. No tiene ni idea de lo que es criar a una hija. Tuve que buscar el concepto de "cuota alimentaria" en Google y pasárselo... imaginate su compromiso. Nunca fue consciente del gasto que lleva criar a alguien.
—¿Qué tan costoso es ser madre?
Es un gasto enorme, económico y físico. Por ejemplo, yo siempre odié ir a los actos escolares o a los festivales deportivos. Pero me pasaba días enteros colaborando. Me pasaban noches sin dormir haciendo trajes. Era todo un desgaste físico que él jamás puso, y que la ley tampoco le exigía. Incluso hoy, si él no quiere tener el régimen de visita, no lo hace. Y no se preocupó siquiera en llevarla alguna vez al médico. Lo tuve que hacer siempre yo, porque otra no me quedaba, ¿no? Son obligaciones que legalmente no se les suele exigir al padre.
Por eso más importante el tiempo perdido que la plata tirada, porque me gustaría hacer mi vida. O sea, quiero estudiar, quiero buscar un trabajo que una vez en la vida me guste, quiero salir, tener una vida.
—¿Atribuís todas esas faltas a tu maternidad?
Totalmente.
—Y antes de quedar embarazada, ¿qué pensabas de ella?
No lo recuerdo. Pero siempre fui un robot con la maternidad: me levantaba, hacía lo que tenía que hacer y me iba a dormir. La padecí de punta a punta. No hay un momento de mi maternidad que recuerde con alegría. Si vuelvo el tiempo atrás, lo último que haría es ser madre. Yo no lo elijo. Para mí es como estar presa, pero peor: es una obligación a la que todos ven como una libertad y de la que no te podés desligar.
—¿Te referís a la presión social que gira en torno al concepto de maternidad?
Presión social y jurídica, porque a mí me pueden demandar si no me hago cargo de mi hija. Pero al padre, ¿quién lo demanda? ¿Quién lo va a denunciar? Él pasa la plata y ya está, se desliga: ¿y el tiempo perdido? El padre debería tener incluso más obligaciones que la madre, porque es ella quien sacrifica su cuerpo para tener una hija.
El padre no amamanta, por ejemplo. Es una de las cosas más feas que hice en mi vida: me la pasé llorando porque dar la teta, para mí, era como estar siendo violada. ¿Pero a quién se lo podía contar? Si se supone que amamantar es una de las cosas más lindas de la vida. Nadie entiende ni pone sobre la balanza cómo se siente alguien de 15 años que tiene que amamantar obligada. Y era algo que hacía incluso por motivos económicos, porque la leche de fórmula es carísima.
—¿Cómo te llevas con tu hija?
Obvio que a ella nada de esto le demostré. Mi rechazo a ser madre no la incluye y sé que es una persona con sentimientos. Que yo no quiera ser madre, no quita mi cariño hacia ella. Pero nunca la ví como a una hija. O sea, nosotras siempre convivimos como dos personas normales. Nunca tuvimos ese vínculo de madre-hija que por ahí yo sí tuve con la mía. No sé cómo explicarlo, pero hay cierta confidencialidad que nunca tuvimos.
Me costaba tocarla, por ejemplo. Me dí cuenta un día en que estábamos sentadas comiendo y ella me agarró del brazo para hablarme. Yo saqué la mano, instintivamente. Me di cuenta entonces que me costaba hablarle y verla porque tanía (y tiene) la cara del padre. Era difícil convivir con todo eso, porque la veía y ni siquiera tenía esa ventaja de que sea parecida a mí. Me generó un rechazo que me bloqueó toda una gran parte efectiva.
Pero más allá de eso, siempre traté de hacer lo mejor. De que no le falte nada, de que tenga un hogar y lo básico para vivir y ser feliz. De acompañarla para que tenga una buena educación... pero bueno, del lado afectivo no pude darle lo que se merece. Pero no me juzgo, porque hago lo mejor que puedo con lo que me impusieron.
—¿Cuál fue el cambio más importante que provocó la maternidad en tu vida?
Que dejé de ser una persona. Pasé a ser "la extensión de". Siempre se me veía como "la madre de" y no como a una persona con sus intereses. Me pasó durante muchísimos años de mi vida, hasta que me hice consciente y empecé a imponerme y a valerme un poco más por mí misma.
—¿Te juzgaste mucho?
No. Soy consciente de lo que me generó el embarazo y de lo que me pasó, por eso nunca me pude juzgar. Sí lo han hecho desde afuera. Un montón. Me han tildado de cosas que no tienen ni idea. No saben por todo lo que pasé, pero si así supieran, creo que me juzgarían igual.
Igual yo nunca fui de demostrar lo que sentía. Todo esto que cuento es una rebelión que tuve conmigo misma luego de estar encerrada un año en pandemia. Antes yo no demostraba que no me gustaba lo que hacía. No me lo permitía. Pero hubo un momento en que mi cabeza cambió y dije 'loco esto no lo quiero más para mí'. Y ahí empecé a reconocer que me había dejado a un lado, que había dejado de ser yo.
—¿Que hubiese sido lo ideal, mirando en restrospectiva?
Que el sexo no haya sido (ni sea) un tabú, para poder tener el apoyo de la sociedad y de mi familia. Hoy en día es difícil que una chica llegue a los 15 años sin tener relaciones sexuales, pero en mi casa y en mi escuela de eso no se hablaba. Quizás lo hubiese podido evitar con el simple hecho de que me hablen sobre las pastillas anticonceptivas.
Más allá de eso, yo quedé embarazada por una mentira. O sea, yo estuve un año con un pibe que me juró y perjuró que era estéril y que jamás en la vida se había cuidado. Él ya era mayor en ese entonces y le creía porque jamás pasó nada. Estuvimos un año y nunca pasó nada raro. Pero evidentemente era una mentira o una verdad a medias, porque tengo una prueba caminando.
—¿Te interesa hacer una reflexión final?
Me parece importante que se abren las escuelas y otras instituciones en espacios donde hablar de estas cosas que por ahí una no puede largar tan libremente en su casa o con amigas.