Por Agustina Lescano

Nacho Mendoza es tatuador desde hace más de veinte años. Trabaja en su estudio en Santa Fe, Alma & Corazón, y junto a otros artistas en distintas partes del país. Está por abrir Ritual, un estudio propio en Córdoba. Hace diez años que viaja a tatuar a Villa Gesell. Lo hace con mucha frecuencia: una vez al mes. Trabajó un año en Río de Janeiro y Buzios, y también en Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Adonde va, lleva la máquina. “Si sos bueno tatuando, podés vender tu trabajo en cualquier parte”, afirma.

“Para las diferentes culturas el tatuaje siempre significó algo, por ejemplo para el Japón antiguo era el rango que tenían los yakuzas: mientras más tatuado, más rango. Creo que hay muchas de esas cosas que se mezclaron y en un tiempo estaba la idea de que el tatuaje era algo turbio”, comparte Nacho en una entrevista con Santa Fe Plus en la que evoca a los primeros tatuadores de Santa Fe: Pajarito y la Negra Albarengue, que eran marinos mercantes. “Como viajaban a distintos puertos del mundo, encontraban en otros lados más tiendas de tatuajes que las que veían acá”, explica. “Ahora el tatuaje está muy arraigado en nuestra cultura, pero acá no tenemos por ejemplo una cátedra o siquiera unas horas en la Escuela Mantovani”, señala, en contraposición. 

Tatuar en Santa Fe: entrevista con Nacho Mendoza

Hizo la secundaria en la Escuela de Bellas Artes provincial. “Sabía que el dibujo iba a tener que ver con algo en mi trabajo en el futuro, aunque sabía que era muy difícil”, recuerda. “Siempre fue importante el estudio para mí, pero a los 21 años nos inundamos y dejé la Mantovani, ya me estaba dedicando a tatuar en casa o a domicilio, entré a un estudio y no volví a hacer otra cosa”.

En general, el camino para dedicarse al tatuaje es fundamentalmente autodidacta, pero también se basa en el intercambio y en aprender e inspirarse viendo a otros. Se nutre del saber hacer y de las técnicas que se pasan de mano en mano. El aprendizaje es constante. Hoy en día, “necesitás saber de composición, de coloración y de estructura de la imagen por ejemplo, así como de dermatología, porque también es importante saber cómo tratar, cuidar y curar la piel”, apunta. 

"A los 15 años mi hermano me invitó a hacerse un tatuaje. En realidad fui engañado. Me dijo que lo acompañara al McDonald's y en realidad iba a tatuarse. La verdad es que fui a ver cómo se hacía el tatuaje y cuando salí de ahí ya no me importó ir al McDonald's. Y ya no dejé de ir a ese lugar". El lugar al que hace referencia es el estudio de Martín Capocha. A partir de ahí, su rutina cambió: iba a la escuela y luego se pasaba todo el día mirándolo tatuar.

Al principio, supone, Capocha habrá pensado "que pendejo pesado". Pero enseguida entendió que su interés en el tatuaje no era pasajero: era lo que amaba. Su oficio. Hablaban de pintura, de Goya, de Velázquez, de cómics, de dibujantes argentinos.

"Mis hermanos y primos me fueron acercando a la música, los tatuajes. Mi viejo coleccionaba la revista Fierro. Me fueron metiendo en eso, que fue creciendo conmigo. Yo salía de la Mantovani y desde las 14 a las 20 me iba de Capocha sólo a verlo tatuar. Me dio una oportunidad única al abrirme la puerta de su estudio", recuerda. "Lo hice todos los días hasta los 21 años, que nos inundamos. Ahí me abrió la puerta un estudio y ya no dejé de tatuar", agrega.

Desde el prejuicio, una persona ajena al mundo del tatuaje podría suponer que un tatuador no tiene conocimiento de arte. Todo lo contrario. Para Nacho, ver la obra de distintos artistas plásticos "es lo que permite mejorar". "Si bien no voy a lograr una pincelada similar, eso trabaja tu creatividad, tu manera de desenlazar, como componer, y es lo que quizás te puede diferenciar de otras personas. Hoy yo veo un tatuaje en Santa Fe y sé quién lo hizo", cuenta.

El sector

“A nivel argentino, destaca. Hay una cantidad y nivel de tatuadoras mujeres que es increíble. En Santa Fe hay bastantes y también tatúan muy bien. Creo que costó mucho, hoy en día sigo teniendo colegas que dicen «cómo va a haber una mujer tatuando»”, describe. Hay alrededor de 50 tatuadoras y tatuadores profesionales en la ciudad. "Eso es lo que yo conozco, pero probablemente por ahí de manera menos profesional, si sumás, son más de 150", precisa.

La falta de regulación de su trabajo implica una serie de riesgos, que suelen comenzar cuando se quiere iniciar la habilitación de un local de tatuajes en la Municipalidad: no hay una normativa específica para el sector. “Cuando fui a poner en regla mi estudio en la Municipalidad no tenían idea qué era lo que me tenían que inspeccionar. Me pidieron a mí que me fije de dónde sacar una regulación. Tomé una de Ciudad de Buenos Aires, que era básicamente un documento con los requisitos para habitar el local, separando la tienda comercial (con las medidas de cualquier local) de la sala donde se tatúa, que tiene otros requisitos, como si fuera una clínica odontológica”, cuenta Nacho. 

A partir de la falta de regulación y de que la Municipalidad “no sabe qué exigirte ni qué soluciones darte”, explica el tatuador, “en muchos casos se empezó a optar por tener locales no abiertos al público, como un lugar de alquiler privado. Cualquiera puede agarrar una aguja y también meter residuo patológico en una bolsa de basura y sacarla a la calle”, advierte.

Más tatuadores por todas partes

Por otro lado, contar con el apoyo y acompañamiento por parte del Estado, nacional, provincial o municipal, podría tanto ampliar el sector y mejorar las formas de trabajar, como crear instancias de formación accesible, para que personas de todos los sectores sociales puedan volcar lo que muchas veces es una habilidad o la simple pasión por el dibujo en un oficio y una salida laboral. 

“Hoy en día ir a una convención de tatuajes es una inversión enorme, desde el canon y el armado del stand, el viaje y los gastos de esos días, que no recuperás de ninguna manera, excepto que trabajes 16 horas por día”, señala Nacho. La mayoría de las y los tatuadores son monotributistas y obviamente si un día no trabajan porque se enferman, por ejemplo, no cobran. No hay líneas de financiamiento públicas específicas, como las hay para trabajadoras y trabajadores del diseño y la artesanía o para otras expresiones artísticas. 

“Es difícil congeniar con todos para reunirnos por una causa”, considera Nacho sobre la posibilidad de desarrollar proyectos en ese sentido, aunque da cuenta de algunas experiencias compartidas. Una de ellas fue la de un taller de tatuajes en el penal de Las Flores, que nació a partir de un Taller de diseño gráfico coordinado por Virginia Borgarello, diseñadora y tatuadora. Un interno del penal comenzó a armar el espacio para aprender y hacer tatuajes, se empezó a correr la bola y llegaron al penal distintos tatuadores invitados. “Fue una experiencia hermosa y el tatuaje puede ser una alta herramienta de trabajo y para la inclusión social, pero es difícil sostener ese tipo de propuestas sin el respaldo económico necesario”, comparte.