La Revolución Liberal del profeta Javier Milei vive días insólitamente agitados por su impactante mala praxis política, que se traduce en sonoros escandaletes entre sus integrantes, caída cotidiana de funcionarios, expulsión de legisladores y otras bellezas por el estilo. Lo novedoso del asunto, entre otros múltiples aspectos disparatados, es que esa descomposición se despliega en un contexto en que el gobierno cautiva aún las expectativas de una porción sustancial del otrora indómito pueblo argentino.

No se hará aquí un listado de los alborotos intestinos del mileísmo porque sería interminable y, además, redundante, en tanto se ventean a diario en medios y redes sociales con las estridencias propias de personalidades como la notable Lilia Lemoine. Se destacan las riñas con la vicepresidenta Victoria Bichacruel, en palabras de los paladines libertarios, y las estruendosas derivaciones de la simpática visita legislativa a Alfredo Astiz, Raúl Guglielminetti y otros amorosos muchachos. Con figuras estelares santafesinas, en este último caso, como la diputada Rocío Bonacci y su padre José “esta democracia no sirve”, o su par pro vida Nicolás Mayoraz, quien tiene unos enojos bárbaros con el aborto pero no tanto con un genocidio.

Semejante despiplume político le empezó a costar caro a Milei. Las abrumadoras derrotas parlamentarias recientes encendieron todas las alarmas en la Casa Rosada y eso se puede probar con un episodio que, en otro momento histórico, sería habitual: la recepción por parte del presidente a la casta aliada, desde Mauricio Macri hasta los jefes de los bloques adherentes. Persiste un problema: la pulsión libertaria al incumplimiento de los acuerdos. Que le pregunten si no a Maximiliano Pullaro, a quien le desconocieron todas y cada una de las promesas de gestión. Salvo, claro, y nada menos, en el sensibilísimo caso de la seguridad.

En favor de La Libertad Avanza hay que señalar que la fragmentación es hoy moneda corriente en el conjunto del desprestigiado sistema político argentino. Se repiten con una periodicidad intensa las votaciones rotas en las diferentes bancadas del Congreso de la Nación. Si eso es síntoma de una reconfiguración estructural, con Milei como centro y parteaguas, lo dirá el tiempo.

Se lleva todas las palmas, en este sentido, la entusiasta disputa pública del peronismo en general y del kirchnerismo en particular, con tópicos tan atrapantes para las masas populares como las responsabilidades sobre la llegada del picarón Alberto Fernández a la presidencia del PJ. Seguramente esa discusión hace las delicias del votante de Unión por la Patria, mientras se limpia el trasero con servilletas porque se quedó sin papel higiénico y no tiene para comprar.

La contracara de ese agrietamiento parece ser, hasta ahora, la coalición del oficialismo provincial. El gobierno de Pullaro se encamina a lograr un severísimo ajuste estructural de la Caja de Jubilaciones con el voto de todo su heterogéneo arco iris político, incluido el Partido Socialista. Tiene en marcha un cambio drástico en la composición de la Corte Suprema y ya recorre el sendero hacia la demorada reforma constitucional.

Pero por primera vez, al menos de forma más o menos pública, aparecieron luces de alerta. El proyecto previsional demoró su nacimiento más de lo previsto por las inocultables tensiones internas que provocó. E incluso el acuerdo final dejó heridos, como el secretario de Seguridad Social Jorge Boasso, quien protagonizó un pataleo tuitero en la medianoche del martes y luego no asomó más la cabeza.

Otro tanto se puede decir de los pliegos para la conformación de la Cámara de Ejecución Penal. La postergación de su tratamiento, previsto inicialmente para el jueves pasado, revela con nitidez que el redondo manoseo institucional para ubicar en ese tribunal a gente del palo no es un batracio de tan fácil deglución. Calma, republicanos.

¿Quiénes serán los artistas de la política que con sus ocurrencias y humoradas ganarán esta semana el ágora para solaz de la familia argenta? Paciencia, ya mañana es lunes.