El peronismo santafesino que está solo y espera
El PJ, manso y tranquilo aún con diferencias. La carnicería de Losada y Pullaro, con el socialismo queriendo también meter cuchillo. Las PASO, el domingo que viene.
Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias para cargos provinciales y municipales en la provincia de Santa Fe ya están entre nosotros. En una semana, santafesinos y santafesinas concurrirán a las urnas en un número aún indefinido pero a la vez seguramente decisivo, si se observan los antecedentes de baja participación en otras elecciones de estados subnacionales. Y en cuatro días locos, cantaría Alberto Castillo, finalizará oficialmente una campaña electoral que mostró al peronismo en inusual modo zen frente a una cruenta guerra intestina en el principal archipiélago opositor.
El frente Juntos Avancemos, vale decir el justicialismo y aliados, desplegó su actividad proselitista con modales propios de la diplomacia vaticana. Nadie se privó de diferenciarse de sus rivales internos, particularmente los precandidatos y precandidatas que a priori corren desde atrás, pero en ningún momento se cruzó el límite del agravio o la acusación rimbombante, a diferencia de lo ocurrido dos años atrás. Tal vez una explicación se pueda encontrar en que, al menos en las dos categorías que se votan con la provincia completa como jurisdicción común, gobernador y diputados, las cartas parecen estar echadas desde el inicio y la incertidumbre queda reservada para la ubicación en la tabla, tanto en posiciones como puntos sumados. Salvo alguna piña aislada por debajo del cinturón en el tramo final, el peronismo debería cerrar esta etapa en paz.
La evidente contracara es el conglomerado Unidos para cambiar Santa Fe, cuyo nombre dispara todo tipo de chicanas, chascarrillos y sarcasmos ante la masacre verbal desatada entre los coaligados. Quizás también el razonamiento del párrafo anterior corra para este caso: la fuerte paridad que hay, prima facie, en las dos categorías provinciales gatilla el tiroteo cruzado.
Claro que semejante escala no estaba en los planes de nadie. O de casi nadie. Carolina Losada y su equipo de marketing político parecerían haberlo tenido claro desde un principio. En el video de lanzamiento de su campaña, cuando advirtió que ella no tendría entre sus colaboradores a nadie vinculado con el narcotráfico, ya había una pista de que la virulencia contra su máximo rival interno, Maximiliano Pullaro, iba a ser el eje de su estrategia. Fue aumentando el voltaje con el correr de los días y no sería extraño que esta semana detone algún arma de destrucción masiva. Con el explícito apoyo de Patricia Bullrich y Mauricio Macri, por si faltaba algo.
Es, en definitiva, el terreno en el que mejor se mueve. Tanto es así que uno de sus últimos spots la muestran en su rol de panelista confrontando con “el kirchnerismo”, un genérico que vale tanto para el barrido como para el fregado. Contra lo que podría indicar el sentido común, al que apela en su eslogan, las imprecisiones de Losada en su revoleo de acusaciones no son un déficit sino un activo: así se hizo famosa.
Cuidado, a no confundirse: que la rigurosidad informativa no tenga a la precandidata radical entre sus más altos exponentes no significa que sus señalamientos, en el caso de Pullaro, no tengan basamento en la realidad. El respaldo del capo narcopolicial Alejandro Druetta es un hecho comprobable. El coqueteo con el arreglo de ascensos para jefes amigos es un dato probadamente cierto. Que el Ministerio Público de la Acusación, colonizado por el ex Frente Progresista de cabo a rabo, la haya pateado al córner es asunto separado.
La novedad, por llamarla de alguna manera, en la embarrada pelea opositora es el intento por ingresar a ese andurrial de Mónica Fein en particular y el socialismo en general. Y no porque el partido de la rosa tenga una praxis inmaculada en la materia ni mucho menos, más allá de su autopercepción. Las cotidianas erupciones en redes sociales de sus principales dirigentes, especialmente del lifschitzmo, contra Pullaro, Pablo Javkin e incluso el ajeno Juan Monteverde presuponen al menos dos interpretaciones, que ciertamente no son contradictorias. Primero: Antonio Bonfatti, el enemigo íntimo, no ve con malos ojos sendas victorias internas del ex ministro de Seguridad y del intendente rosarino. Segundo (el chiste de Francia ya está gastado): hay temor de que el voto útil termine arrastrando voluntades socialistas hacia las costas pullaristas y javkinistas. El domingo habrá que observar entonces con extrema atención la performance del PS porque allí puede estar la clave del éxito de unos u otros.
Como ya se dijo aquí en reiteradas oportunidades, esta fenomenal batahola en el conglomerado opositor tiene su origen en la hipótesis de que existe en la provincia de Santa Fe una mayoría electoral consolidada que, se diga lo que se diga y se haga lo que se haga, elegirá a cualquiera que no sea peronista. Bajo esa premisa, quien triunfe en las PASO se queda con las llaves de la Casa Gris.
Golpeado, subestimado, declarado muerto en vida, el peronismo santafesino –con todos los ismos que habitan en su interior- saborea la carnicería de enfrente y se agazapa para cuando llegue su momento, en los días previos al 10 de septiembre. El certificado de defunción todavía no fue extendido.