Cuando aún se respiraban los efluvios de la jarana gubernamental por el primer aniversario de la Revolución Liberal que lidera el profeta Javier Milei, el peronismo le propinó en el Senado de la Nación un piñazo en la mandíbula que dejó al oficialismo y sus cercanías completamente groggy. La expulsión de Edgardo Kueider, el peronista con peluca atrapado en un tour verde dólar en Paraguay, desató antológicas escenas de despiste y derrape en las autopercibidas invencibles fuerzas del cielo. 

Fue brillante el discurso del jefe de bloque justicialista José Mayans. Cada latigazo verbal que ejecutó dio certeramente en el blanco. Hay dos disparos, en particular, que merecen ser destacados: la acusación a Camau Espínola, el socio de Kueider, de armar “una bandita para vender votos”; el subrayado sobre el rol en el proyecto de “Ficha Limpia” de Cristian Ritondo, referente ineludible del PRO, ahora envuelto en un escandalete con sociedades offshore, tal cual es tradición en esa fuerza política.

Las patinadas posteriores del oficialismo y paraoficialismo resultaron inolvidables. Las marchas y contramarchas con el voto para la expulsión de Kueider, expresadas a viva voz por el propio Camau y el pintoresco senador libertario Ezequiel Atauche, fueron sensacionales. La posterior catarata de insultos en la granja de trolls mileísta, incluido un desbocado Santiago Caputo, reflejan la furia por la potente derrota. El intento por voltear la sesión, blanqueado por el mismísimo presidente, es evidencia del terror que les provoca el caso del saltimbanqui entrerriano.

“Los kukas se cargaron un senador SIN UNA SOLA condena y los mogólicos (sic) querían aprobar ‘ficha limpia’. Qué país de idiotas”, se despachó el asesorísimo en una de sus famosas cuentas semioficiales en la red social X. Al día siguiente, el singular abanderado de la transparencia, Mauricio Macri, criticó la cesantía del buenazo de Kueider, votada por la mitad del bloque de su partido.

Ya se dijo aquí pero se considera conveniente repetirlo: solamente con los buenos oficios de los pontificadores profesionales de la tele, que después lloriquean cuando Milei les dice “ensobrados”, es posible que Mauricio, el hijo de Franco, sea considerado el portaestandarte de la lucha contra la corrupción. Valga, al respecto, una cita de un párrafo memorable de Joaquín Morales Solá en una reciente columna dominical en el diario La Nación: “El proyecto de ‘ficha limpia’ está directamente vinculado con la corrupción de los políticos, aunque no siempre una cosa y la otra estén entrelazadas en la información pública. No es necesario. La gente común lo sabe. La diputada Lospennato suele contar que su esposo, que no es una figura conocida, le contó que escuchó el en supermercado a dos mujeres desconocidas decir que “la ficha limpia es una cuestión nuestra. Debe salir”.

La manipulación judicial para la persecución política y el armado de causas para proscribir o incluso encarcelar adversarios van enamoradamente de la mano con el proyecto de ficha limpia, como lo revela el doble rasero del caso Kueider. En Santa Fe, el peronismo lo sabe bien y es por eso, entre otros motivos, que ningún sector interno, ni el más negociador ni el más combativo, se lanza a realizar denuncias judiciales por las coloridas licitaciones del ministerio de Seguridad de la provincia, por poner sólo un ejemplo. Está claro que una movida de esas características no pasaría ni por la puerta de entrada del MPA y, probablemente, generaría una acción en sentido contrario.

Lejos de apagarse, el terremoto por el senador panza verde dólar amenaza ramificarse en múltiples réplicas con derivaciones incontrolables. Es un montón que la revolución anticasta, incluido el mismísimo Javo, se incinere por el turista en Paraguay. Más que un montón: es una banda.