La canción es la misma
La interna kirchnerista a cielo abierto en medio de una pelea brutal con quienes quieren exterminarlo. El peronismo santafesino, como ejemplo descarnado de lo que no hay que hacer. El peso de las malas gestiones y la chance, pese a todo, de una victoria nacional.
En una campaña en la que las fuerzas opositoras compiten por ver quién ofrece el amasijo más cruel del kirchnerismo en particular y el peronismo en general, con serias chances de que esas promesas se cumplan, la plana mayor cristinista no tuvo mejor idea en los últimos días que entregarse a una guerrita de metáforas musicales para dirimir diferencias internas.
Arrancó el rocanrol Axel Kicillof, quien pidió dejar de comportarse como una banda que sigue viviendo de viejos hits y llamó a componer nuevos temas. Le replicó Máximo Kirchner: yo no soy músico, respondió, para luego ironizar sobre los pentagramas. Siguió Juliana Di Tullio, con su gusto por las melodías que escuchó siempre. Y completó Mayra Mendoza, al usar una ajada frase del Indio Solari sobre el yoísmo. Muy rico todo.
Parafraseando a Led Zeppelin, ya que estamos con los chistecitos musicales, la canción es la misma que la del peronismo santafesino. Antes de que se iniciara el gobierno de Omar Perotti, los senadores justicialistas liderados por Armando Traferri le impusieron el presupuesto generado por socialistas y radicales. Desde la Casa Gris vino luego una ofensiva total contra el sanlorencino, con el entonces ministro de Seguridad, Marcelo Sain, a la cabeza. A mitad de mandato estalló una interna explosiva que ubicó al rossismo, el Movimiento Evita y la propia vicegobernadora en la vereda de enfrente del gobernador y de la mismísima Cristina Fernández de Kirchner. Y concluyó hace apenas una semana con un sálvese quien pueda en el que no se salvó nadie. Inmejorable.
Si la culpa la tuvo Juan o Pedro es de una irrelevancia mayúscula teniendo en cuenta el famoso verdecito de las urnas. El PJ perdió todo: la gobernación, las dos cámaras, casi todos los municipios y comunas. No se pretende aquí negar el conteo de costillas, más todavía con semejante derrota. Es, de hecho, necesario, además de inevitable. Pero en una política bilardista, lo que importa en serio es el resultado, y en este caso fue goleada contra el peronismo todo, que encima no nació ni vivió como equipo chico.
Desde ya que el internismo fratricida no explica la globalidad del fenómeno. Preguntenlé sino a Maximiliano Pullaro, que obtuvo un triunfo histórico luego de atravesar una primaria en la cual su competidora lo acusó de narco. El propio Máximo Kirchner, en medio de sus alusiones musicales, señaló acertadamente que lo central es la gestión. Perotti llegó a la Casa Gris con la promesa de resolver el drama de la violencia urbana y no alcanzó ese objetivo. Alberto Fernández arribó a la presidencia de la Nación con el juramento de llenar la heladera de los argentinos y tampoco cumplió. Los malos resultados en los gobiernos son malos resultados en las elecciones.
Aún así, el peronismo sigue competitivo en la pelea mayor, casi milagrosamente, en virtud del renombrado escenario de tercios. Javier Milei mediante, claro, consecuencia al fin y al cabo de la frustración popular por las dos últimas experiencias fallidas de las coaliciones que en 2019 acapararon el 90% de los votos. En ese contexto, que dirigentes de primera línea jugueteen con la provincia de Buenos Aires, la más grande del país y principal sostén justicialista, es un espectáculo deprimente.
Una irresponsabilidad inadmisible, mientras ahí nomás, a la vuelta de la esquina, no está la escalera al cielo sino el tobogán al infierno.