"Ser activista gorde es vivir tu cuerpo como una identidad política y social"
La referenta del movimiento gorde en Santa Fe relató su proceso personal: los prejuicios, la militancia y las dificultades que tienen los cuerpos que no entran en la norma. Se trata de "una problemática social, estructural y cultural", afirma.
Florencia Alegre es modelo plus size y militante gorde. Desde que utiliza sus redes sociales para militar la causa, explota de mensajes que incentivan a aceptarse y cuestionar los estereotipos establecidos, generando un espacio de apoyo y contención para una gran comunidad.
En febrero de 2019 convocó al primer encuentro gorde en la ciudad y actualmente impulsa actividades como las Ferias Plus Size, Ropero Gorde, Abrazo Gorde, Peña Gorda y más.
"Poder decir ‘soy gorda’ sin una carga negativa, es un montonazo, por eso la uso en todo, porque es la única forma de quitarle el peso negativo", expresa.
En su visita al living de Santa Fe Plus, Alegre habla sobre la gordofobía, el costo de ser gorde y las dificultades para acceder a un trabajo.
También destaca la importancia de una ciudad accesible para los cuerpos que no cumplen con los estereotipos normados.
—¿Cuando tomaste conciencia de que a tu cuerpo se lo miraba diferente?¿Cómo fue ese paso?
—En febrero de 2019 hice el primer encuentro gorde en la ciudad, hace ya varios años y que después por distintos motivos no pude continuar, en especial por la pandemia.
Lo hice porque fue por esa época en que me topé con el libro "Cuerpos sin patrones" (2016; editorial Madreselva), un texto que me voló la cabeza porque fue como leer mi vida escrita por otra persona. Me ayudó a sentir que no estaba tan errada en lo que pensaba. Escuchaba mucho frases que me hacian ruido: ¿cómo puede ser que “lo que importe es lo de adentro” si desde que nací vivo a dieta o en el gimnasio? No tenía sentido.
Pero bueno, no tenía a alguien con quien hablarlo, porque todes pensamos “sos gorda, estás mal, tenés que bajar de peso”… o mejor dicho: no sos gorda, sos una flaca en potencia, ¿no?. Cierta vez un profesional me dijo que todos tenemos un gordo y un flaco interior, como el diablillo que te hace comer y el pobre angelito que espera salir a la luz. Esa siempre fue la concepción: poder liberar a ese ser de luz que está dentro de une, nuestra “versión flaca”.
Pero nunca lo llegué a liberar, pese a que estuve bajo una dieta muy estricta. Llegué a bajar 22 kilos en 3 meses, pero ni ahí que me veía flaca. Nunca llegaba al peso ideal, pese a que la gente me empezaba a decir que lo estaba por demás. La verdad es que no me daba cuenta, porque estaba avalada por los profesionales que me decían “te falta”.
Fueron seis meses sin comer ni un chocolate. Nada. Además iba al gimnasio a entrenar y también bailaba. Pero el cuerpo no me daba, porque hacía todo esa demanda y no consumía nada de energía. Hasta que un día me desmayé y mi cuerpo dijo basta. Empecé a tener vértigo y ataques de pánico, estuve un mes encerrada en mi casa. En fin, nunca llegué a ser flaca como este profesional quería, pero todo ese proceso me costó un montón de cuestiones de salud física y mental.
Y eso que mi contexto no era negativo. Mi familia siempre me acompañó y me quiso ayudar a bajar de peso, porque yo también lo quería. Me apoyaban porque también a ellos le enseñaron que ser flacos es ser saludable. El tema es ¿a costa de qué? Yo era flaca, pero para nada saludable.
El libro “Cuerpos sin patrones”, es un libro que habla de todo lo que había vivido, incluso con una carga muy filosófica que luego empecé a comprender con el activismo gordo. Palabras y formas de expresarse que me eran totalmente ajenas. Fue una apertura de cabeza tremenda.
—¿Cómo redefiniste tu relación con la gordura y con la palabra “gorde”?
Siempre fui más gorda que el resto. Siempre fui “la gorda” en el contexto. Entonces es súper interesante pensar que, por más que se baje de peso, une sigue siendo la "gorda” que bajó de peso o "triunfó". Por eso es importante pensar y enunciar la palabra, para quitarle todo el peso negativo que tiene.
La obesidad, según la OMS, es un factor de riesgo. ¿Qué otros factores de riesgo existen? La contaminación ambiental, el fumar, el sol, el alcohol… ninguno tiene un grado de violencia encima tan fuerte como la gordura.
Y más aún: si una persona es gorda y está enferma, ¿cuál hay? La mirada del enfermo que está mal y hay que sacarlo es capacitista. Toda persona merece los mismos derechos que los demás, empezando por el respeto.
Incluso hoy en día existe otro paradigma que se llama de “alimentación intuitiva”, que es más amigable para los cuerpos y que estoy tratando de hacerlo.
—En tu Instagram se armó algo muy lindo, que es toda una comunidad con un ida y vuelta de mucho apoyo, ¿cómo se dio ese proceso y qué tipo de relación tenés con las personas que suelen interactuar?
—Para mí, escribir y leer fue una salida al bullying, desde muy chiquita. Escribía sobre todo lo que me pasaba, y lo publicaba. Fue entonces cuando mucha gente empezó a reaccionar y a contarme sus propias historias. Un hecho que me sirvió mucho para no sentirme sola, porque en mi entorno no podía hablar con nadie sobre ser gorda. Empecé a hablarlo en Instagram y así surgió el encuentro de activismo gorde que se concretó en febrero de 2019. Antes de eso, el único momento en donde veía a otras personas gordas era en las salas de espera de los centros de nutrición.
Lo que sucede con ese espacio es que muchos me hablan sobre sus dificultades para expresarse, que les cuesta encontrar las palabras para expresar lo que sienten respecto a la gordura. Es muy interesante el poder ayudar desde ese lado.
—¿Cómo te repercutió a vos ese ida y vuelta con más personas?
—La verdad es que me ayudó muchísimo el poder conocer a otros artistas y militantes gordes. Por eso considero que ser activista gorde, vivir tu cuerpo como una identidad política y social, ya es hacer activismo. Poder decir “soy gorda” sin una carga negativa, es un montonazo.
Al principio me parecía medio una locura, pero ya estoy convencida de que todo esto de lo que hablo no me sucede solo a mí, y es algo que me ayudó a entender el activismo. Y está bueno saberlo, porque la gordofobia y todo este sistema es muy individualista. Te lleva a pensar que solo a vos te pasa lo que te está pasando, y que no podés hablarlo con nadie más.
Por el contrario, el activismo propone que “lo gorde” es una problemática social, estructural y cultural. Y al ser cultural, se puede desaprender: no es algo innegable de nuestra naturaleza. Se puede aprender de otras formas y darle miles de vueltas. Porque para detectar las violencias, primero necesitamos conocerlas. O sea, ponerle nombres a un montón de estos tipos de violencia de género que antes no eran vistas como tal.
—¿En qué sentido?
—En que era lo que “estaba bien”. Era lo que nos merecíamos por ser gordas, nuestro castigo, y lo tomábamos como tal. Y de este lado era tomado como normal, como un merecimiento de, por ejemplo, no poder comprarme ropa porque soy gorda, y se cerraba ahí.
Pero vestirse no es un problema individual, sino estructural y social que perjudica a miles o a cientos de miles de personas.
—Sobre el tema de la vestimenta, lograste hacer una conexión con varios emprendimientos y espacios de Santa Fe para que haya más variedad de ropas y talles: ¿qué lectura haces de las leyes que salieron y la cobertura legislativa al respecto?
—La Ley Nacional de Talles, incluso efectivizada, no pide que los locales tengan determinados talles. Solo dice que determinadas prendas o talles deben estar referenciados. Entonces aún no garantiza el real acceso a la ropa. Pero así y todo, es un avance.
—¿Por qué?
Lo importante de la ley de talles es que establece la diversidad corporal. Es lo fundamental para nosotres. Dice que el talle único no existe. Y si bien no exige que tengan todas las variedades, las y los productores de ropa y de calzado ven que existe toda ese universo de potenciales clientes. Porque una de las excusas que ponen los comercios es que no hay mucha gente con determinados talles. Pasamos constantemente de una invisibilización a una hiperinvisibilización, y para determinadas marcas directamente no existimos. La ley establece a la vestimenta como un derecho.
Lo que falta es el poder regular los precios, para que sea más equitativo. Porque las formas de producción son distintas para los talles grandes, y generalmente son los pequeños locales o emprendimientos quienes se interesan por ellos, por la diversidad corporal. Son comercios que por lo general trabajan a mano y en regla, por eso sale más caro. En cambio, las grandes marcas, que suelen usar mano de obra muy barata, trabajan más con la idea de talle único y de producción en masa. Una campera nos sale entre dos o tres veces más que a quienes les entra el talle único.
Pero la verdad es que hoy tiene su valor la diversidad corporal, ya sea porque se crea en ella o como estrategia de marketing, que no es lo mejor pero que permite acceder a mucha más ropa que antes.
—¿En qué en otras cuestiones ves este "recargo económico" sobre los cuerpos gordos?
—La cantidad de plata que yo he puesto en el sistema de salud, con mis 26 años, es difícil de imaginar. Porque no solo tenés que ir al nutricionista, sino también al gimnasio, al centro de estética, al psicólogo… después hay todo un mundo mágico de polvos que claramente no funciona, pero que son los pilares que sostienen a la gordofobia. Hay gente que gana mucha plata con el miedo a ser gorde. Por todo lo que implica socialmente. Pasa incluso con los cuerpos flacos a los que le impiden aumentar o “salirse de la raya”.
Por supuesto, hay toda una cuestión machista y patriarcal que va de la mano. Porque las mujeres deben mantenerse “jóvenes” toda la vida y en todos los sentidos: en la piel, en el cuerpo, en el pelo, en la actitud… todo un sistema gordofóbico que se basa y se sostiene en un gran negocio.
Por eso una pregunta a hacerse es: ¿qué pasaría si no nos odiáramos tanto? ¿Si aceptáramos nuestro cuerpo? ¿Cuántos lugares ya no funcionarían, cuántos dejarían de existir?
Y no estoy hablando de “dejar de ser saludable”. Incluso es importante poder ser libre para tener una salud integral, que también implica cuidar la salud del otre. Está bueno porque caminamos hacia una política del cuidado, en vez de esta competencia feroz por ver quien tiene menos arrugas.
¿Por qué las mujeres pensamos tanto en nuestro cuerpo?¿Qué dejamos por fuera al estar tan enfocada en “cuidar” el cuerpo? Porque, por ejemplo, si no tenés “buena presencia” no conseguís trabajo.
—¿El impedimiento laboral es un tema recurrente en los espacios gordes?
—Mucha gente no consigue trabajo por no tener “buena presencia”. Hay tres situaciones frecuentes: o que no nos toman por la foto de CV; o que superamos la entrevista telefónica, pero al llegar al lugar nos rechazan con alguna excusa; o una tercera, que me parece la más ridícula, que es la de “no hay talle para tu uniforme”. Es totalmente ilógico.
Por eso muchas veces no queda otra más que el preocuparnos por cómo nos vemos, porque el acceso a derechos está basado en eso. Pero todas las personas tenemos el derecho a disfrutar de la vida hoy, con el cuerpo que tenemos. No se tiene que llegar a un cierto ideal de cuerpo o de “amor propio”, que es la nueva imposición: el “quererte” para lograr cosas.
—El año pasado participaste de algunos debates importantes de la ciudad, desde una perspectiva de las corporalidades, ¿qué tipo de acciones o medidas necesita la ciudad para ser más amigable con todos los cuerpos?
—Concretamente, la necesidad de hacer más grande los baños y probadores. También el espacio entre sillas, ampliarlo un poco. Es importante también que todas las diversidades aparezcan representadas en las publicidades o campañas. Sucede mucho de que, por ejemplo, aparecen lugares “súper friendlys” pero que en Instagram no ponen a ningún gordo. Hay que mostrarlos y no con una connotación negativa, como tomando mates al fondo, por ejemplo.
Sinceramente, me emociona el ver cuerpos gordos en la tele, por pequeño que sea, porque antes no existíamos. Porque crecimos sin representación o sin saber a qué aspirar.
Como ingeniera civil, además, propongo hacer el simple reto de buscar “ingeniero civil” o simplemente “ingeniero” en Google. Lo más probable es que aparezcan todas personas delgadas, blancas, de pelo lacio y súper prolijas, con lentes. No existen las ingenieras gordas. Entonces, ¿podemos aspirar a estar al mando de una obra o empresa?
Después también hay una cuestión muy fundamental que es el acceso a la salud. Un problema recurrente es que las obras sociales no nos aceptan por tener “factor de riesgo”, lo cual es totalmente ilógico.
Otra cuestión muy grave a nivel local es que no hay resonadores para gordos, ya sea porque no aguantan el peso o porque no se ajustan al diámetro, y nos mandan a tratar al zoológico. Sino a Rosario o Buenos Aires. Son caros, pero hacen falta resonadores.
Ni hablar del maltrato y la humillación que una debe pasar en una sala de espera. Lo más grave de esto es que, de tantas situaciones negativas y que te boicotean el autoestima, se caen las ganas de ir a consultas médicas. Entonces se empeora la salud por no poder acceder a un diagnóstico. Muchas personas gordas mueren por un sistema de salud que no los atiende.
Cuando entras a un consultorio hay un 80% de probabilidades de que maltraten o ni te revisen. Hay cosas que sí tienen relación con el peso, pero hay otras que no. Entonces muchas veces o nos tratan de mentirosos, o nos infantilizan. Hay un montón para hacer y realmente es muy difícil.
—¿Te gustaría darle alguna recomendación o consejo a quienes no se sientan cómodos con su corporalidad?
—Yo creo que está bueno repensar el por qué no te sentís cómodo. Pensar las razones por la cuál une quiere bajar de peso, que no tiene nada de malo. Pero es importante hacerlo desde un lugar cariñoso y sin lastimarse más.
Por otro lado, ver con quién nos juntamos y ver qué dicen de nosotros; elegir las batallas y con quiénes hablamos. Hacerlo con personas con quines podamos exigir que no nos hagan ciertos comentarios, donde podamos decir “no me gusta eso”. Todas las personas gordas tienen derecho y merecen disfrutar la vida. No es ningún castigo.
Además hay que cuidar a las infancias. No hay que ejercer violencia, y dejarlos que hagan lo que quieran hacer. Que puedan hacerlo desde un lugar de diversión, porque son niñes que no merecen estar pensando en cuanto peso tiene que bajar.