El curioso (y peligroso) error de creer que Milei no va a hacer lo que dijo que va a hacer
Las contorsiones en los respaldos al ¿ex? león libertario, de las PASO al ballotage. El enfoque democrático tradicional, en trámite de jubilación. La inestabilidad emocional del posible presidente, un elemento para no subestimar.
En la previa de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias de este año para elegir candidatos a presidente, se extendió largamente una singular hipótesis respecto de Javier Milei y sus propuestas extremas: no hay chance de que ese programa de gobierno pueda ser llevado a cabo. Esa idea, detectada en diversos estudios cualitativos de opinión, resultó muy fructífera para el postulante libertario, en tanto tornaba inocuos sus contenidos más extravagantes a la vez que capitalizaba su personaje disruptivo, en un contexto social de hartazgo y furia con el sistema político.
Así, numerosos ciudadanos y ciudadanas en cuyo universo de valores no aparecían ni de casualidad los vouchers para la escuela o el hospital, el mercado de órganos, la libre portación de armas o proposiciones de igual tenor concurrieron masivamente a las urnas para darle su respaldo al león libertario que prometía exterminar a la casta política y solucionar el derretimiento del poder adquisitivo con la pócima de la dolarización. Y Milei fue el más votado en las PASO.
Tras el terremoto causado por el triunfo de La Libertad Avanza, esa mirada comenzó a cambiar rápidamente. El pintoresco francoputeador televisivo dejó de ser un mero instrumento para expresar bronca y desasosiego para transformarse en una figura política resonante, con muy serias chances de convertirse en presidente de la República Argentina. Algo de eso, sumado a las mil vidas del peronismo, explica la victoria de Sergio Massa en la primera vuelta.
Ahora, y más aún con el acuerdo tejido por Mauricio Macri, ya erigido como nuevo conductor de la extrema derecha argentina, aquella teoría de que Milei no va a hacer lo que dijo que va a hacer renace entre las cenizas. Quizás con argumentos más racionales, como la composición del Congreso o la propia letra de la Constitución Nacional.
Para poner un ejemplo concreto. Guillermo Francos, quien sería el ministro del Interior de un eventual gobierno libertario, ratificó hace escasos días que la consigna de eliminar el régimen de coparticipación sigue vivita y coleando. A ello se le opuso rápidamente lo que parecería ser una obviedad, pero que no lo es: el sistema de distribución de recursos entre Nación y provincias forma parte del texto de la Carta Magna y para reformarlo –no ya extinguirlo- hace falta el acuerdo de todas las jurisdicciones y mayorías absolutas en ambas cámaras.
Este razonamiento, a todas luces certero, contiene sin embargo un incorrecto enfoque del potencial presidente y su espacio político: pretender que se ajustan al encuadre del sistema democrático, al menos tal como lo conocemos. Pruebas de ello hay a la vista y de sobra. El propio Milei, cuando fue interrogado al respecto en una entrevista periodística, no hizo más que titubear. Y ese episodio ocurrió hace apenas dos años, no en el siglo pasado.
Se podría abundar sobre el perfil de su candidata a vice, a quien no se le conoce actividad alguna por fuera de la defensa irrestricta de los dictadores del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, ahora desde la política partidaria. Fue hace unos pocos días, y no en 1976, cuando compartió un posteo de un periodista militante del horror en el que se caracterizó a la película “Argentina, 1985” como “proterrorista”. Por si alguien no la vio, el film trata del Juicio a las Juntas celebrado durante el gobierno de Raúl Alfonsín.
Pero ni siquiera es necesario discutir sobre este punto, que ya se creía –erróneamente- resuelto tras 40 años sin tiranías. Los faros internacionales de LLA, Jair Bolsonaro y Donald Trump, propulsaron sendos golpes de estado en sus países tras ser derrotados en las urnas, como se pudo observar en el asalto al Capitolio y la toma de Brasilia, amén de investigaciones judiciales. Si sus sponsors cometieron tales acciones en el país más poderoso de Latinoamérica y en la principal potencia mundial, ¿por qué no lo harían Milei y compañía aquí? Las credenciales democráticas brillan por su ausencia.
El análisis tradicional quedó vetusto. Más aún, si se tienen en cuenta los indisimulables desequilibrios emocionales del personaje en cuestión. Querer algo de razón y no un loco, hoy, es sólo una vieja expresión de deseos de Charly García.