El mal de la banalidad
El sociólogo Daniel Feierstein se propuso explicar en gran medida el desconcierto y la conmoción que generaron el intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Kirchner. Cómo se llegó a esa situación en Argentina y sus implicancias más allá de lo político, aunque hacia ese nicho haya intentado arrinconar el hecho la oposición, temerosa de que el oficialismo capitalice naturalmente el grave ataque del que fue víctima su líder más carismática.
Para Feierstein hay una transformación profunda y más acelerada en el mundo occidental en las formas de subjetivación de la sociedad. “Nuestra identidad ya no se basa en las mismas variables de hace muchos años”, escribió y le da una importancia clave a la tecnología y
las redes sociales que han venido a acelerar un aumento superlativo del narcisismo y con ello grandes dificultades para el registro del otro. Y eso es así “en el plano político, afectivo, familiar, barrial o laboral”, asegura el sociólogo que reconoce en ese contexto el relativismo y las fake news y el consecuente aumento de estructuras paranoicas de representación de la realidad.
También señala que el siglo XXI permite observar una revitalización de la derecha fascista en gran parte del mundo en su sentido más propiamente sociológico: “El fascismo como una práctica social que implica movilización reaccionaria e irradiación capilar del odio”.
Pero inmediatamente Feierstein agrega un dato que no estaba en el radar de nadie y dice que las dictaduras de nuestra región, muchas de ellas genocidas, “no lograron movilizar activamente multitudes ni lobos sueltos. Consiguieron irradiar el terror en el cuerpo social, pero no el odio. No hubo multitudes espontáneas 'cazando subversivos' en la Argentina de los 70”, cierra el intelectual y nos deja espantados.
Esta es la gravedad de un punto de quiebre también en la Argentina que gran parte de la clase política no quiere ver, aunque con sus gestos dichos e imposturas vire cada vez más notoriamente hacia una derecha que pretende captar ese mundo de nuevas representaciones más individualistas y menos sociales. Por eso es que a Javier Milei se le ocurrió que hablar de la legalización de la venta de órganos sería una buena idea. La realidad indicó que aún, a tanto, no se llegó.
Pero por eso mismo le resultó tan fácil (y barato) banalizar el intento de magnicidio contra la vicepresidenta a la diputada Amalia Granata. Su postura y dichos posteriores revelan ese mundo de representación individual y narcisista del que proviene esta mediática y al que adhieren seguramente muchos de sus votantes.
Por supuesto que a esta altura interesa menos la postura personal de esta legisladora que la actitud que tomó la mayoría de la representación política santafesina en la Legislatura. En este caso, no sólo se trató de un nucleamiento que legítimamente intentará desplazar al peronismo del poder en las próximas elecciones. El problema es el arraigo profundo de un antiperonismo que se profundiza en el marco de las tendencias que pronuncia Feierstein.