El votante peronista no tiene quien le escriba
La disyuntiva del justicialismo: confrontar fuerte ahora y ser tildado de golpista o esperar que madure el ajuste con el riesgo de perder todo en el camino. El Congreso, la CGT, sus fuerzas y sus limitaciones. Santa Fe, dificultades y una oportunidad.
El avasallante comienzo del gobierno de Javier Milei, cuyo objetivo es aprovechar las aún dulces mieles de la victoria para aniquilar de una vez y para siempre la Argentina peronista, pone precisamente a la principal fuerza opositora en un brete de proporciones. Y no sólo por los efectos concretos de las medidas de gestión, que de por sí no son chistecito.
El dilema que enfrenta el peronismo en su vasta heterogeneidad es, por un lado, evitar una confrontación cuasi bélica con el león libertario porque eso podría ser visto por amplias franjas sociales, que aún ven con expectativa al nuevo gobierno, como obstruccionismo cuando no golpismo en defensa de privilegios de casta. Pero por el otro, necesita ejercer una férrea conducta opositora para impedir –o al menos intentarlo- de que la revolución liberal no deje ladrillo sobre ladrillo.
En este último caso, los instrumentos hoy parecen ser insuficientes. Ser la primera minoría en el Congreso de la Nación no se traduce en victorias legislativas, al menos por ahora, teniendo en cuenta de que el resto del abanico, llamemoslé, opositor le esquiva como mancha venenosa. Y pretende, así, ir vigorosamente en auxilio del presidente, a pesar del destrato cotidiano y sonoro de, ahora sí, la Quinta de Olivos. Con la excepción, claro, de la izquierda trotskista.
El paro y movilización convocado por la CGT para el 24 de enero asoma como una expresión lógica, razonable e incluso moderada ante el tamaño de la agresión. Más aún, desde el plano político, ante la evidencia de que el gobierno de Milei eligió al sindicalismo como contendiente. No le erra el presidente, a sabiendas de la pésima imagen público de varios añosos dirigentes, que habían olvidado hace rato cómo pulsear en la calle y a quienes no les disgustaría, en modo alguno, zafar del conflicto. Pero también es cierto que el poderoso movimiento obrero argentino todavía tiene músculo, ablandado pero aún vivo.
En este contexto, el votante peronista padece una sensación de orfandad lastimosa. La referencia no es a la base electoral del justicialismo sino a la persona convencida, que milita en alguna organización o simplemente adhiere de modo silvestre. Ve que sus conductores, seguramente con buenas razones políticas, eligen por ahora no asomar la nariz en la pelea con el nuevo gobierno. Y esa situación la desorienta y deprime. Hace catarsis en las calles con los cacerolazos pero se desespera por su inefectividad, tal vez momentánea.
Ese padecimiento hace que suban las acciones de caricaturas como Guillermo Moreno, quien pasea por los canales de televisión su histrionismo rentable en rating, sus pretensiones de ortodoxia peronista y su combate sin cuartel contra imaginarios marxistas y socialdemócratas infiltrados. Una suerte de Milei justicialista, pero con el 0,77% de los votos.
Esta disyuntiva que afronta el peronismo, o los peronismos, se profundiza en la zona núcleo. Ni que hablar en la provincia de Santa Fe, donde existe en la actualidad una mayoría social consolidada que es refractaria a cualquier expresión política que se ponga la camiseta del General y no ya solamente al kirchnerismo. ¿Contener a la masa propia a riesgo de transformarse en una fuerza testimonial? ¿Intentar pescar en peceras ajenas con el peligro de perder los peces propios? Esa tensión, inherente al PJ santafesino, hoy se encuentra en alturas históricas.
Hay un caso, en la discusión de la ley ómnibus, que puede ofrecer un sendero posible de equilibrio. La iniciativa presidencial pretende subir los derechos de exportación de harinas y aceites de soja y girasol, lo cual motivó el rechazó de las grandes empresas del rubro, afincadas mayoritariamente en el sur santafesino. Ante eso, el peronismo tiene la opción de tomar esa demanda no desde una retórica meramente anti retenciones sino en favor del valor agregado, la generación de divisas, los puestos de trabajo bien pagos con obreros sindicalizados y, al final del camino, en una idea de país distinta a la que se pretende imponer a los empujones desde la Casa Rosada.
En definitiva, un proyecto de Argentina más o menos argentina. Una épica modesta, pero posible.