La Revolución Liberal que lidera el profeta Javier Milei se anotó esta semana recién concluida un triunfazo político al lograr la consolidación del veto a la ley de financiamiento universitario. Para ello, el gobierno libertario domó nuevamente al otrora killer Mauricio Macri y mordió votos o ausencias con la siempre efectiva práctica de zambullirse en el dinámico comercio de compra venta de la casta. ¿Será esa la famosa mano invisible del mercado?

Hay quienes, no sin razón, valoran la muñeca política del gobierno, que pese a su notoria debilidad parlamentaria se anota una victoria tras otra. En esa perspectiva se menciona además que LLA no tiene gobernadores ni intendentes ni sindicatos, es decir que su delgadez estructural es palmaria. La cereza del postre es la comparación con la experiencia fallida del Frente de Todos, cuyo dispositivo institucional era tan amplio como disfuncional.

Ese análisis, no obstante, debería matizarse. Así como está, la descripción de la fragilidad política libertaria omite un pequeño detalle: sus sponsors. No es ninguna novedad el respaldo pleno a la aventura mileísta de lo que se podría denominar muy genéricamente como poder económico. Ese tipo de apoyos suele ser un abrepuertas de singular contundencia.

Todo lo antedicho no implica en modo alguno que el favorable match parlamentario reciente sea gratuito. El costo en imagen popular de la cruzada contra las universidades, como antes con los jubilados, es innegable. En la batalla por la opinión pública, la falange del León derrapó una y otra vez, aunque se pretenda disfrazar esa derrota con los truquitos cada vez menos letales del Mago del Kremlin.

La estrategia de equiparar a las instituciones educativas con los privilegios del pasado fracasó rotundamente. El ex ministro de Educación macrista, Alejandro Finocchiaro, expresó con sinceridad destacable la argumentación real del asunto: votó a favor del veto por los humores del mercado financiero. Y por su antikirchnerismo, claro.

En Santa Fe, el palabrerío sobre el presunto combate a los privilegios también es revoleado con alegría y colorido. Es un instrumento retórico que el gobernador Maximiliano Pullaro utiliza a destajo. Los últimos ataques contra los beneficios del convenio colectivo de Luz y Fuerza y los bonos por productividad en Assa constituyen un ejemplo nítido al respecto.

El problema, tanto del jefe radical como de Milei, es cuando se pasa el discurso por la zaranda de la realidad. Ya se dijo pero vale reiterarlo: ¿por qué la guerra contra los privilegios no incluye una revisión de las exenciones impositivas de los que tienen guita? La respuesta es sencilla: porque son amigos y/o aliados. Y poderosos. Preguntenlé si no a las bolsas de comercio de la Invencible, que siguen muy campantes sin pagar Ingresos Brutos, a diferencia del kiosquero de la esquina.

En el caso santafesino, además, ocurren otros hechos que exponen con flagrancia los agujeros de la verba inflamada antiprivilegios. Días atrás se presentó a una dura audiencia imputativa el senador Armando Traferri en la causa por juego ilegal. Independientemente del caso en sí, cuya deriva está por verse, el legislador sanlorencino acudió recién ahora a la requisitoria judicial porque antes contó con la protección de los fueros absolutos que aún persisten en Santa Fe. Cuando estalló el escándalo, hace 4 años, sus colegas radicales lo protegieron.

Más todavía: Lisandro Enrico, entonces senador y hoy ministro, argumentó en aquella oportunidad que los fiscales que pedían el desafuero de Traferri habían aportado pruebas que no tenían “una entidad suficiente”. Aplaude Zaffaroni.

A propósito, el funcionario de Pullaro tuvo la semana pasado un áspero cruce tuitero con el diputado peronista Miguel Rabbia, quien aprovechó un curioso photoshopeo mediático para recordar que Enrico es ministro y senador a la vez, ya que no renunció a su banca. La respuesta fue destemplada: “Eso de esconderse atrás de los fueros es cosa de ustedes los kirchneristas, yo nunca los necesité ni los voy a necesitar....INUTIL”. Sic.

Los únicos privilegiados son los nuestros.