Son contados con los dedos de una mano, y tal vez sobran, los episodios históricos que delinearon la fisonomía de la UCR como la Reforma del 18’, aquella épica cruzada democratizadora de las universidades argentinas que nació de una formidable rebelión estudiantil en la provincia de Córdoba. Sus ramificaciones llegan hasta hoy no sólo por su contenido simbólico, que no debe despreciarse, sino también porque la educación superior es desde aquel momento territorio naturalmente radical.

En consecuencia, cuando el presupuesto universitario es achurado, como ocurre con la Revolución Liberal del profeta Javier Milei, la dirigencia y la militancia boina blanca se sienten múltiplemente agredidas. Son dañadas sus tradiciones, pero también sus efectividades conducentes, diría Hipólito Yrigoyen. Amén de que es una fibra extremadamente sensible para la clase media argentina, segmento social que el radicalismo pretende representar desde siempre.

Por eso no sorprende que, luego de largos meses de rodeos y negociaciones, la UCR haya logrado imponer en la Cámara de Diputados de la Nación un incremento de la inversión en universidades. Con respaldo del peronismo, desde ya, que es el bloque más numeroso y de perfil nítidamente opositor. Presumiblemente, el Senado completará la aprobación del proyecto y luego sobrevendrá el veto presidencial, para tranquilidad de quienes no se autoperciben degenerados fiscales.

En paralelo, y con el paro de los docentes universitarios como telón de fondo, el radicalismo aportó sus votos a la iniciativa del ex ministro de Mauricio Macri, Alejandro Finocchiaro, para declarar a la educación obligatoria como servicio esencial, que en la práctica consiste en una severa restricción del derecho a huelga. Clima de época, en línea con la implacable decisión del gobierno de Maximiliano Pullaro de aplicar el premio por asistencia perfecta o neopresentismo y descontar los días no trabajados por medidas de fuerza directa.

El protagonismo ucerreísta en las intensas jornadas parlamentarias recientes no se agotó allí. Las franjas más complacientes con el León libertario ayudaron a bloquear, al menos por ahora, el tratamiento del oprobioso DNU que le asigna 100 mil millones de pesos de fondos reservados a la SIDE, origen más que probable de las fétidas operaciones que enchastran cotidianamente el debate político.

El núcleo contemplativo del radicalismo también colaboró de manera decisiva para evitar las sanciones para los diputados de LLA que fueron a solidarizarse con los represores de la última dictadura, perpetradores de crímenes atroces que aún hoy abochornan a la humanidad toda. Difícil que esas sean las libertades que nos faltan, parafraseando al líder reformista Deodoro Roca. Pasaron más de 100 años, claro.

Hay interpretaciones de las más diversas para explicar estas conductas radicales. Una de ellas, particularmente, se puede enunciar sin temor a equivocarse, y que en el caso de la provincia de Santa Fe se advierte prístinamente: electorado compartido. Ya se dijo aquí y se repetirá por enésima vez: existe hoy en la otrora Invencible una mayoría social que es refractaria no ya al kirchnerismo sino al peronismo en todos sus formatos. No es un escenario inmodificable, pero allí está.

En ese contexto se entiende la diplomacia vaticana de Pullaro para con Milei, pese a que los acuerdos de políticos y de gestión, como en el visible caso de la obra pública, son invariablemente incumplidos por el gobierno nacional. Ese estrecho desfiladero por el que transita el gobernador santafesino se angostará cada vez más a medida que se acerquen las elecciones de medio término y la base de votantes que comparten radicales y libertarios se enfrente a la encrucijada de optar por uno u otro. Falta mucho, es cierto, en tiempos argentinos. Y en este volátil panorama, cualquier pifia puede ser letal.

Que lo diga sino el vocero presidencial Manuel Adorni, quien en su ejercicio diario de provocación no tuvo mejor idea que utilizar el Día del Zurdo para destratar la memoria de Maradona. Nada menos. Podría decirse que semejante pigmeo de la historia no tiene chance de opacar el recuerdo amoroso de centenares de millones de personas que en todo el mundo ilustran sus paredes, sus mesas de luz, sus cocinas y sus dormitorios con las imágenes del inolvidable Pelusa, y seguramente se acertará. Pero es más que eso: el toqueteo alegre de las tripas nacionales puede derivar, en algún momento, en un fenomenal golazo en contra. Un gobierno que se jacta de formar parte de las fuerzas del cielo debería tener siempre presente a ese popular graffiti que dice: Cuidado, boludo, Diego vigila.