A 30 años de su muerte, el recuerdo del "Indiecito" Solari
El sábado 27 de marzo de 1993 Hernán Solari le marcó un gol a Colón en el clásico. Hacía algunos partidos que había ganado la titularidad, después de mucho tiempo de pelearla, y disfrutaba su momento. Esa misma noche murió en un accidente. Los hinchas no lo olvidan: lo visitan en el cementerio de Ingeniero Chanourdie, 450 kilómetros al norte de Santa Fe, y le piden cosas como si se tratara de un santo.
No hay partido, pero el 15 de Abril explota mientras se escuchan también cánticos y bombas de quienes no pudieron ingresar al estadio. Es el 14 de julio de 1996 y, hace unas horas, en Alta Córdoba y ante Instituto, Unión selló su quinto ascenso a la máxima categoría del fútbol argentino. Los jugadores están en el campo de juego, festejando junto con los hinchas. José Luis Marzo ya fue ascendido definitivamente a la categoría de ídolo y es llevado en andas, al igual que varios de los chicos del club, como Luciano Zavagno, Martín Mazzoni y Lautaro Trullet. Más adelante se lo ve a Pablo Bezombe, que lleva una “A” gigante de cara a la gente.
En medio de esa locura, hay alguien que está dando la vuelta olímpica de rodillas, como cumpliendo una promesa. Mientras lo hace, con los ojos llenos de lágrimas, mira hacia arriba y agradece. En las manos, que apuntan al cielo, lleva una imagen de su santo. Un santo que no está canonizado por la Iglesia Católica pero sí por todos aquellos fieles que cada fin de semana profesan su fe tatengue: es Hernán René Solari, el Indio, aquel volante de piernas flacas, humilde y querido por todos, que el 27 de marzo de 1993 le marcó un gol a Colón y, horas después, murió trágicamente en un accidente automovilístico, cuando volvía a su Ingeniero Chanourdie natal para estar con su familia.
Los héroes del ascenso quedan por un momento de lado y el pueblo rojiblanco vuelve a entonar las mismas estrofas que cantó durante todo el año: “En memoria del Indio vamos a ganar, en memoria del Indio vamos a ganar, y la vuelta, y la vuelta vamo’ a dar”. Pese a su muerte, Solari está ahí, en el festejo, junto con las miles de almas tatengues que celebran el regreso al fútbol grande.
Hoy se cumplen 30 años del accidente que le quitó la vida. Lejos del olvido, su recuerdo permanece intacto en la memoria de los hinchas. Incluso en la de los más jóvenes, que ni siquiera lo conocieron o nacieron después de la tragedia. El Indio es, para la religión rojiblanca, un santo. “El año pasado, cerca del lugar del accidente, encontramos un escudo de Unión. Pusieron una cruz y escribieron «Gracias Indio». Al poco tiempo ese escudo apareció en el cementerio. Ahí le traen cosas de Unión, le escriben y le piden favores. Muchas veces las dejan en el lugar del accidente. Cuando las encontramos las traemos a su tumba”, contó Teresita, su madre, que sigue viviendo en Ingeniero Chanourdie, un pueblito del norte santafesino de apenas 1.300 habitantes.
Nadie lo olvida
Hernán René Solari nació el 27 de octubre de 1968 en Ingeniero Chanourdie, un pueblo ubicado 360 kilómetros al norte de la capital santafesina. Defendió los colores de Racing de Reconquista hasta que a los 16 años dio el primer paso para cumplir su sueño: se incorporó a Unión, el club de sus amores. “Llegué al club en 1988 y él ya estaba en la Primera de la Liga. Vivíamos juntos en la pensión y nos hicimos amigos. Éramos muy parecidos, familieros. Era un pibe fuera de serie”, recordó Eduardo Magnín, quien compartió planteles con él en inferiores y también en Primera División.
Su debut como profesional fue en la temporada 1989/90, en el círculo privilegiado del fútbol argentino. Pero se le hizo muy difícil hacerse un lugar como titular. Siempre había algún jugador que lo tapaba en su puesto. “Cuando no jugaba, quería abandonar el fútbol. Le dije que no, que era buen jugador, que siguiera, que lo hiciera por sus padres. Cuando se los nombré a ellos me contestó: «Tiene razón, voy a seguir, no les puedo hacer esto»”, afirmó Luis Sauco, quien lo dirigió en las inferiores.
Con la venta de Darío Cabrol a Racing tuvo la oportunidad de mostrarse en el campeonato del Nacional “B” 1992/93. Habilidoso y encarador, comenzó a revelar sus condiciones. “Cuando comenzó a ser titular tuvo el accidente. Era un gran número 10. Para mí tenía un futuro bárbaro. Además, era una gran persona”, contó Horacio Fanto, ex presidente del Fútbol Profesional. Fanto, además, tuvo una experiencia particular: en su empresa, siempre tuvo la foto del Indio, con quien había tenido una gran relación. “En la única semana que no estuvo, porque la presté para una producción periodística, entraron a mi negocio y me robaron. Fue la única vez que me robaron”, sostuvo.
Sin proponérselo, Solari se convirtió en un referente: hoy, la Redonda, el Salón de Reuniones de la FAU y una Agrupación llevan su nombre, que fue recordado también hace menos de un año, cuando el club celebró sus primeros 100 de vida y todo el estadio volvió a gritar por él. “A Hernán le encantaría saber todo lo que lo quiere la gente, porque quería mucho a Unión. Aunque estoy segura que desde algún lugar sonríe y disfruta del cariño de los hinchas”, confía su madre.
Su último grito
Hernán Solari había peleado mucho tiempo para tener continuidad en el primer equipo de Unión. Fueron años de luchar por entrar aunque más no sea en las listas de concentrados. Bajo la conducción técnica de Hilario Bravi, quien tenía como ayudante de campo a Luis Sauco, el Indio se ganó la camiseta número 10, esa que tanto había soñado, y comenzó a jugar más seguido.
Por la 9ª fecha de las revanchas del Torneo del Nacional “B” 1992/93, Bravi lo confirmó como titular para enfrentar a Colón, en el Brigadier López. A los 7 minutos de juego, el Indio tocó el cielo con las manos: decidido, pisó el área del eterno rival y sacudió la red con un gran remate que venció a José Perassi. Corrió, se arrodilló ante la tribuna tatengue y lo gritó con ellos, levantando los brazos al cielo. Unión no venía bien y conseguía una gran victoria ante los Sabaleros, que peleaban el torneo junto a Banfield. En el segundo tiempo, empató el encuentro Maximiliano Cincunegui.
En el vestuario, emocionado por el gol, no pronunciaba palabra. “Qué pasa pibe, hizo el gol y está agrandado”, lo chicaneó Sauco. “No Profe, no es eso. Mire la copa que me dieron, se la quiero llevar a mis viejos. Me voy a ir a mi pueblo”, le contestó.
“Para el clásico se había preparado muy bien. Le estaban saliendo las cosas. Me había prometido la camiseta y, cuando llegó al departamento, me llamó y me tiró la 10 por las escaleras. Yo estaba con Eduardo Magnín, Héctor Varisco, Carlos Ramón González y Fernando Brandt. Le pedimos que se quede con nosotros, para salir todos juntos, pero él se quería ir a ver a los padres. Con sus amigos compraron unas gaseosas y unas empanadas y se fueron”, recordó Raúl Neffen, amigo del Indio.
Solari partió hacia Ingeniero Chanourdie en las primeras horas del domingo 28 de marzo, en un Peugeot 404 de color naranja, patente S 352960. Junto a él iban Héctor Álvarez, oriundo de Reconquista (donde se bajó), Abel Ibarra y Rolando Fernández, quien conducía el auto. La niebla en la ruta 11 terminó siendo fatal. Tres camiones chocaron entre sí a cuatro kilómetros de Avellaneda y se cruzaron en el camino donde Solari y sus amigos debían pasar minutos después. Fernández no llegó a reaccionar y el impacto contra los otros vehículos fue terrible: los tres murieron en el acto.
Nadie lo podía creer: el Indio, que había vivido su mejor momento en su corta carrera futbolística apenas unas horas antes, había perdido la vida. Sus restos fueron sepultados el lunes 29 de marzo, a las 10. La caravana había partido una hora antes desde el centro de Reconquista. La cola de autos en la ruta superó los tres kilómetros y se hizo aún más grande a medida que se acercaba a Ingeniero Chanourdie. Allí, el féretro fue tapado con los colores rojiblancos.
La Comisión Directiva de Unión declaró dos días de duelo. Sus pares de Colón emitieron un comunicado adhiriéndose al hondo pesar que había provocado la muerte del volante ofensivo, que pasó de la felicidad absoluta a una muerte inexplicable. Pasaron 30 años de su muerte, pero el Indio, como símbolo, ídolo o santo tatengue, se mantiene vivo en todos los corazones rojiblancos.