La Revolución Liberal que lidera el profeta Javier Milei vive orgásmicas jornadas por razones que, justo es decirlo, son plenamente valederas en su perspectiva: la baja sostenida de la inflación, el éxito del blanqueo y la clara victoria de Donald Trump.

La desaceleración de los precios, más allá de las consecuencias estrictamente económicas, es el pilar de la popularidad que mantiene el presidente. La razonable discusión sobre si el proceso desinflacionario es un veranito o llegó para quedarse es de nicho en un país que vive al día.

Por supuesto que hay aspectos no observados en la estadística que mensualmente publica el Indec. Los jubilados nacionales cuya medicación era cubierta al 100% por el PAMI y ahora debe ser pagada por su bolsillo pueden demostrarlo en carne propia. O los usuarios de transporte público urbano e interurbano del interior argentino, a quienes el costo del boleto de colectivo se les cuadriplicó. Pero la sensación de una cotidianeidad más ordenada, aún en la pobreza, todavía puede más.

La euforia bursátil va de la mano de ese esquema, especialmente a partir de la inyección de dólares que gatilló el blanqueo. A propósito: en el gobierno nacional cayó pésimo la decisión de Maximiliano Pullaro de adherir a la exteriorización de activos pero con un impuesto del 2%. La mala onda libertaria con la administración santafesina se verificó en dos planos. Por un lado, la clásica suelta de influencers y trolls para morder al gobernador con acusaciones de comunista, kuka y ridiculeces por el estilo. Por el otro, llamadas bravas de altísimo nivel desde la Rosada a la Gris. Se verá en los próximos días si esa tirria escala.

El triunfazo del gigante anaranjado redondeó la etapa exultante de Milei. Aparece, en primera línea, el espaldarazo a la batalla cultural que libra sin descanso el presidente vernáculo. Un Trump ganador equivale a la convalidación en el más alto plano mundial de la retórica del León argento, que combina en dosis disímiles coraje, crueldad, audacia, incorrección política y disparates.

En el plano económico, la realidad tiende a ser más sinuosa. Y no sólo porque suena a fantasía que la sola vuelta del magnate republicano a la Casa Blanca implique automáticamente una liberación de fondos frescos para la Argentina desde el FMI. La vocación proteccionista de Trump es un dato incontrastable de la realidad y allí no hay amistad real o presunta que valga.

En Santa Fe, especialmente, se debería tomar nota al respecto. Básicamente, porque produce lo mismo que Estados Unidos, dicho esto de un modo muy simplote. Hay un episodio en la historia reciente que es sumamente gráfico en ese sentido. Hasta 2017, el 90% de las exportaciones de biodiesel, con muy mayoritario origen en el sur de la otrora Invencible, tenía como destino el norte del Río Bravo. De un día para el otro, sin aviso previo, Trump elevó los aranceles para proteger a la industria local y no entró una gota más de combustible argentino. Con su “amigo” Mauricio Macri en la presidencia.

La prudencia, entonces, debería ser prioridad en la administración nacional. El chiste se cuenta solo, claro. Otro tanto puede decirse de los festejantes trumpistas del peronismo, como Guillermo Moreno, a quien habría que preguntarle en qué parte de la doctrina posta posta, fetén fetén, joya nunca taxi, máxima pureza, aparece la celebración de un presidente estadounidense. Se ve que de la vieja consigna ortodoxa “Ni yanquis ni marxistas” sólo quedó el “Ni marxistas”. También podría contestar el Bigotón en cuál de las 20 verdades figura ser candidato a diputado en la provincia de Buenos Aires para dividir el voto en el principal bastión justicialista, en línea con los intereses de sus sponsors, que no son precisamente Perón y Evita.

Sirva todo lo antedicho de módica alerta sobre los días por venir.