Finjamos demencia
El conflicto universitario, el topo que destruye el Estado desde adentro y el biri biri de la corrupción. Una cosa no quita la otra: los recursos de la educación superior como plataforma de lanzamiento político. El caso Traferri y las extrañas omisiones de la historia. La interna peronista nacional, un espanto.
El profeta Javier Milei, líder de la Revolución Liberal y subsidiariamente presidente de la República, continúa a paso redoblado, tambor batiente y bandera desplegada con su explícita misión de arrasar con el patrimonio colectivo y destruir hasta los cimientos mismos del país que alguna vez fue la Argentina. La afirmación antedicha no es siquiera una opinión del cagatintas que escribe esta columna sino del propio León libertario, que lo dijo quichicientes veces y lo repite a diario, pese a lo cual multitudes de connacionales prefieren seguir fingiendo demencia.
Es esa vocación, sumada al poco novedoso plan de ajuste y bicicleta financiera ejecutado por el Toto de la Champions, lo que explica el conflicto de las universidades. El asunto de los “curros”, el “choreo”, las “auditorías” y todo ese chamuyo no es otra cosa que maquillaje para el programa destructivo. ¿O acaso a alguien se le ocurriría cerrar la policía porque hay corrupción? Quienes aún persisten en aceptar y reproducir esas jugarretas retóricas, que por otra parte son más viejas que la Escuela Austríaca, en realidad están fingiendo demencia. En el mejor de los casos.
Eso no quiere decir, en modo alguno, que las universidades están gobernadas por seres celestiales desprovistos de pecado. A años luz de semejante cosa. De hecho, buena parte del plantel del oficialismo provincial tuvo su trampolín en las efectividades conducentes de las casas de altos estudios. Nada horroroso ni extravagante en la política democrática real, pero poco conveniente para decirlo en público. Mejor fingir demencia.
A propósito de la alianza Unidos. La vuelta a la palestra de Armando Traferri en el marco de la causa sobre juego clandestino tiene a los dirigentes de la coalición gubernamental silbando bajito y mirando para otro lado, al menos a cara descubierta. Los ayuda el curioso hecho de que a (casi) nadie se le ocurre hacerse algunas preguntas muy básicas. ¿Quién envió el pliego de Patricio Serjal, el ex fiscal regional de Rosario presuntamente asociado al senador peronista en esta organización criminal? Miguel Lifschitz. ¿Quién hizo lo propio con Gustavo Ponce Asahad, ex fiscal adjunto que supuestamente integraba la misma banda? Antonio Bonfatti. ¿Quién era el ministro de Seguridad mientras actuaba semejante estructura delictiva? Maximiliano Pullaro. ¿Quiénes impidieron hace 4 años el desafuero del otrora poderoso legislador, además del bloque que él presidía? Los senadores radicales. Y al fin y al cabo: ¿De quién fue aliado legislativo central el sanlorencino para cubrir toda la raviolera judicial? Del Frente Progresista. Sigan fingiendo demencia nomás.
Mientras toda esta simpaticona realidad se despliega, la principal fuerza de oposición a la demolición libertaria no tuvo mejor idea que zambullirse en el espectáculo penoso de una interna sangrienta por motivos inconfesables para el público de a pie, con la escenografía barata de una disputa por el partido, que hasta hace 5 minutos no le importaba a nadie. Los votantes y militantes kirchneristas, especialmente, observan incrédulos cómo los dirigentes en los que depositan sus sueños y esperanzas se masacran por vanidades y lapiceras, mientras en la vida real esos horizontes agonizan mutilados por la motosierra de Milei. Finjamos demencia y sigamos.
El problema de que todo el mundo finja demencia es que, en algún momento, unos cuántos millones se lo terminan creyendo.